Escrache verbal

Ya sabemos que las sentencias judiciales no son piezas de museo intocables. Se pueden criticar, existe todo el derecho del mundo a discrepar de ellas, se pueden incluso recurrir, pero quienes ostentan algún tipo de responsabilidad política deberían medir un poquito sus palabras.

Es evidente que la decisión de la Audiencia Provincial de Madrid de no considerar delito el escrache al domicilio de Soraya Sáenz de Santamaría ha disgustado al gobierno y al Partido Popular. El propio ministro de Justicia se ha encargado de recordarlo, aunque lo ha hecho en un tono bastante razonable. Sin embargo, el número tres del PP, Carlos Floriano, ya no ha sido tan razonable y ha dicho dos cosas realmente llamativas: uno, que la sentencia legitima la violencia, violencia verbal se entiende, y dos, que si los manifestantes hubieran sido de ultraderecha y la vicepresidenta de izquierdas, igual la decisión hubiera sido otra.

O sea, le está colocando a los jueces dos etiquetas, a cual peor, inconscientes por un lado, partidistas por otro. Resumiendo: impresentable.

Pero es que parece que a la derecha esto de las protestas se le atraganta siempre menos cuando son ellos quienes salen a la calle, claro. Porque se puede debatir mucho -aquí lo hemos hecho- sobre si el escrache es una forma de participación democrática. Es posible que no lo sea, pero lo que seguro que no es nazismo, que fue el mantra acuñado por los dirigentes del PP para criminalizar el fenómeno.

Y claro, ahora hay que estar a la altura de aquel tremendismo, aunque los jueces les hayan dejado con el culo al aire. Lo malo es que por el camino de estas escaramuzas todo el sistema se va dejando jirones de credibilidad.

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Y en la última encuesta del CIS no hay ningún político, ni uno solo, que supere la nota de 4'1 sobre 10. Igual si algunos se callaran durante un tiempo podrían contribuir a evitar este vergonzoso suspenso colectivo.