¿Para qué sirve la Academia de Televisión?

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Es la pregunta que todo académico se hace no sólo cuando paga las cuotas, también cuando llegan las elecciones generales. Porque entonces se organizan unos debates como si España fuera una república que elige presidente y no una monarquía parlamentaria en la que se vota a los partidos. Y cuando se entregan los premios iris el momento de mayor vergüenza ajena que puede vivir un profesional de la tele. Los debates electorales se han convertido en una obsesión. Se publican libros, DVDs, se organizan seminarios. Se ha creado una industria dedicada por completo a glosar la figura del moderador y un evento ajeno a la razón de ser de una academia que debería centrarse en cuestiones relativas a un medio que ha vivido en los últimos tiempos el cierre de cadenas públicas por ruinosa gestión, despidos masivos y eres que han cercenado el futuro de miles de familias, el cierre de cadenas privadas por una sentencia como colofón a una bochornosa política audiovisual, la inseguridad jurídica a la que se enfrentan los operadores que todavía desconocen si han de cerrar más canales, por no hablar de la precariedad laboral. Vamos, una desoladora realidad que merece algo más que un simple manifiesto. En cuanto a los premios, si han visto la ceremonia, poco que decir: que la gala más antitelevisiva del año sea la de academia de televisión es una cruel ironía. Cutre, ramplona, casposa, eterna, sin ritmo: es el peor escaparate posible para mostrar la labor de los profesionales de un sector que ve, por si fuera poco, cómo el sectarismo deja fuera al grupo privado con más peso en la industria audiovisual. Es una cuestión de dinero, dirán algunos para justiticar el desastre. No, es una cuestión de talento. Disculpen el lenguaje, pero la mierda, con dinero, sólo es mierda más cara.




