La paz imposible

Supongo que muchos de ustedes habrán leído ya el último libro de Julia Navarro, 'Dispara, yo ya estoy muerto'. Lo presentó ella misma en estos micrófonos hace unos meses y es una lectura muy recomendable por ejemplo para esta época de verano.

Me ha venido a la cabeza porque esa historia, novelada, es un retrato muy útil para entender de dónde viene el conflicto de Oriente Próximo, que con más de sesenta años a cuestas y más de cincuenta mil muertos ostenta el dudoso honor de ser el más longevo de la era moderna. Ahora estamos otra vez estamos en la endiablada dinámica de la acción-reacción.

Esta vez han sido terroristas palestinos los que han asesinado a tres jóvenes israelíes, y el ejército hebreo ha emprendido la correspondiente operación de castigo, que ya veremos a su vez si no desemboca en otra Intifada. Y así hasta el infinito.

Miren, aquí no se trata de buscar falsas equidistancias: Israel ha vulnerado -y vulnera- resoluciones internacionales desde hace mucho tiempo, sigue con su política se asentamientos, mantiene en la franja de Gaza una especie de cárcel a cielo abierto que es una vergüenza mundial y su maltrato a los palestinos supone una tacha histórica que no sé si algún día podrá borrar. Pero también es verdad que las amenazas a su propia existencia como Estado siguen en pie y que el terrorismo -cuando no las guerras- les ha golpeado muy duro como para considerarles los únicos malos de esta película, aunque hace años que se lo han ganado a pulso; yo lo tengo muy claro.

Por eso es tan importante volver a los orígenes del conflicto y constatar que tanto entonces como ahora eso que llamamos comunidad internacional -y que no deja de ser un puzle de intereses contrapuestos y no poco cinismo- ha fracasado estrepitosamente.

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Lo malo es que ese fracaso sigue cobrándose un tributo de sangre y de odio que hace demasiado tiempo dejó de ser soportable.