Guerra

Madrid

El mundo está en guerra. Nosotros también, aunque no nos demos cuenta, y no me refiero sólo a las tropas españolas destinadas en escenarios lejanos. Mientras Occidente engorda, se aburre, e intenta repararlo enzarzándose en discusiones bizantinas sobre el nombre de la izquierda, las reformas constitucionales o el futuro de los nacionalismos, algunos movimientos armados se adaptan a las nuevas tecnologías con una eficacia, una contundencia y un talento que ya querrían para sí los activistas de causas más nobles. Ahora mismo, es difícil encontrar en Internet videos más impactantes, más dramáticos, mejor rodados y montados, que los que produce el autodenominado Estado Islámico.

Ampliar

Cerrar

Mientras Bruselas y Washington producen interminables debates teóricos sobre la seguridad, muchos jóvenes de sus países se fugan de sus casas para irse a la guerra. Chicos criados en la abundancia, educados con esmero, licenciados universitarios a quienes se les prometió un futuro que se ha desvanecido de repente, deciden un buen día que están hartos de engordar, de aburrirse, de vivir de un subsidio, y que merece la pena renunciar a todo eso a cambio de un poco de emoción. Así, la Yihad recluta guerreros a diario entre los cachorros de las comunidades musulmanas de Occidente, y jóvenes europeos huérfanos de fe se van a Ucrania de voluntarios, para luchar en un bando o en el otro. Con un fusil entre las manos, la vida es precaria, pero intensa, brillante, conmovedora, y con eso les basta. Este es el progreso, el orden y la felicidad que ha traído consigo la muerte de las ideologías.