Tristeza

Madrid

Antonio López Lamadrid, el mejor editor que cualquier escritor podría haber soñado, y que durante muchos años fue el mío. Tusquets Editores, que es mi casa, y Beatriz de Moura. Juan Cerezo y Natalia Gil, que son mis hermanos, los mayores de la familia numerosa que tengo en la Diagonal. Juan Marsé, Jaime Gil de Biedma, Ana María Matute, sin quienes nunca habría llegado a ser lo que soy. Manolo Vázquez Montalbán, otra de las suertes de mi vida. La Clínica Guttmann, en la que han sacado adelante a mi amiga Rosana. Sitges, donde me enamoré de mi marido. Y el Valle de Arán, grabado para siempre en mi corazón. Los amigos del Salambó de entonces y los del 23 de abril del año que viene. Todos los que se fueron y los que siguen allí, para abrazarme cada vez que nos vemos. Cataluña para mí no es un problema, no es un conflicto, no es un territorio ajeno ni -eso jamás- el enemigo. Cataluña representa una parte de mi vida. Muchas cosas amadas, mucha gente que me quiere y a la que yo quiero.

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Ante el cúmulo de errores que nos han traído hasta el desdichado presente que afrontamos, no puedo pensar ni hablar de política, sólo sentir. Y me niego a creer que estoy sola, que soy la única española abrumada hoy por la tristeza. Por eso, desde el corazón me dirijo al señor Rajoy, tan aficionado, como todos sus colegas, a hacerse fotos con las víctimas de los desastres. Me pregunto qué foto tendrá intención de hacerse ante el devastado paisaje de la catástrofe que su estólida pasividad ha provocado. Y al calcular su respuesta, me siento más triste todavía.