'Descifrando el enigma' En elogio de los marginados

Madrid

El 7 de junio de 1954 se suicidó Alan Turing: el padre de los ordenadores y el hombre que descifró la infernal máquina de códigos alemana, Enigma. Turing –interpretado magistralmente por Benedict Cumberbatch- fue un héroe de guerra cuya gloria quedó oculta bajo el Top Secret bélico. Sin embargo, su homosexualidad fue condenada públicamente, le sometieron a un proceso de castración hormonal, y a los 41 años su cadáver apareció junto a una manzana mordida envenenada con cianuro.

60 años después de su muerte, Hollywood sube a los altares la vida de Turing desde estos dos ángulos: el del genio matemático de compleja personalidad y el homosexual humillado y condenado por una sociedad que le desechó con vileza. No hay rastro de nacionalismo épico, ni los eternos sermones de superación que tanto gustan al cine convencional. El director noruego, Morten Tyldum, tras el éxito de la inquietante ‘Headhunters’ (2011), ha recibido las bendiciones de la industria americana, y le ha entregado precisamente a un forastero como él, la historia de un marginado, genial, pero outsider, al fin y al cabo.

Descifrando Enigma teje con inteligencia el thriller sobre los avatares que vivieron los matemáticos para descifrar Enigma, y por otro, enfoca el drama personal de Turing sin ñoñerías. Prevalece el respeto al diferente sobre el patriotismo y reflexiona sobre la pobreza de las sociedades que rechazan la excentricidad intelectual.

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Cumberbatch brilla en una interpretación sinuosa y frágil del genio, sin caer en gimoteos ni perder la dignidad. Las biografías filmadas son pistas de patinaje, en las que es fácil resbalar y decantarse por el halago empalagoso o la crítica feroz. En este caso, hay un sobrio puñetazo a la mandíbula de la sociedad británica, puritana y cerril, que ha tardado demasiado tiempo en rehabilitar a un genio que fue condenado y despojado de toda gloria por su homosexualidad.