Tormento

Madrid

Juan Carlos I vivió durante casi tres años atormentado por la vigencia de un Código Penal que podría haberle obligado a firmar una pena de muerte. Eso cuenta Fernando Ónega en un reciente libro, basado en la larga entrevista que le concedió el padre del actual monarca poco después de su abdicación. Lo recuerdo ahora a propósito de la última reforma del Código Penal que, de la noche a la mañana, ha convertido a España en miembro del triste club de países donde existe la cadena perpetua. Lo recuerdo en mi nombre, y en el de todas esas víctimas que no salen en la tele, ni convocan concentraciones, ni han celebrado con saltos de alegría, estoy segura, nuestro colectivo retorno a la barbarie.

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Que un gobierno capaz de reimplantar una pena abolida en España en 1928, no tenga el valor de llamar a las cosas por su nombre, eleva el grado de sonrojo de una iniciativa vergonzosa en sí misma. Que el PSOE se declare firme detractor de la cadena perpetua, pero pacte su inclusión en el Código Penal, bajo el eufemismo de prisión perpetua revisable, con la advertencia de que lo eliminará en el mismo instante en que gobierne con la mayoría suficiente para hacerlo, bate récords de cinismo. Pero lo importante es que ha empezado la cuenta atrás. A partir de ahora, los españoles viviremos atormentados por la posibilidad de que los condenados a cadena perpetua empiecen a amontonarse en las cárceles de nuestro país. Nunca creí que, algún día, llegara yo a tener algo en común con Juan Carlos I.