El maestro de la entrevista imaginada

Madrid

Cuando al escritor Philip Roth le preguntaron por las críticas que, recientemente, había vertido sobre Obama, se quedó muy extrañado. No recordaba haber realizado aquellas declaraciones y, es más, no creía haber concedido nunca una entrevista al Libero, la cabecera italiana por la que le preguntaban. La sospecha se convirtió en certidumbre según fue encontrando más casos como el suyo; finalmente, sería el New Yorker quien acabó acotando una larga lista de conversaciones en las que el periodista inventaba tanto la pregunta como la respuesta. Todas ellas partían de un hombre llamado Tommaso Debenedetti, y todas habían acabado en pequeños periódicos de Italia.

Sus invitados imaginarios, en cambio, venían de cualquier parte del mundo, como ocurría con Mijail Gorbachov, John Grisham, Mario Vargas Llosa o José Saramago. Su afición a los hombres de letras cuenta, también, con una explicación: Debenedetti es hijo y nieto de escritores y críticos literarios y, de hecho, da clases de Italiano e Historia en un instituto de Roma. Según narra él, que estuviera diez años ejerciendo como periodista en la más rotunda ficción no es más que un juego: una forma de mostrar la credulidad y fragilidad de los medios de comunicación. Sin embargo, no mostró la menor intención de aleccionar sobre lo que hacía hasta que fue desenmascarado por Roth, con el que ya había conversado, de manera imaginaria, hasta cinco veces.

Ni siquiera entregarse fue su idea inicial: en un primer momento de negación, llegó a reivindicar que todas las conversaciones fueron reales. Que, incluso, contaba con grabaciones. Sin embargo, pronto reconoció la verdad y, es más, se propuso convertirse en el maestro del auténtico falso. No en vano el equipo de Gore Vidal, el protagonista de su primera entrevista, le escribió una carta para agradecerle su trabajo sin saber que este era ficticio. Así, sueña con acabar reuniendo, algún día, todas sus fechorías en un libro: un libro cuyo prólogo estuviera firmado por el Roth que le descubrió, y en el que apuntarse el tanto, entre otros, de bajar y subir el precio del petróleo a su antojo, a través de noticias falsas, como la muerte de un rey árabe, que influyan en él.

De hecho, la muerte de grandes personalidades, entre ellos Fidel Castro o Pedro Almodóvar, es una de las mentiras que mejor funciona en las redes sociales. Así, a los 45 años, este profesor y padre de dos hijos ha desplazado su acción del papel a la pantalla, donde cultiva perfiles falsos de celebridades: "Quiero demostrar que no sabemos qué es verdad y qué es mentira". Al tiempo, se atribuye algunos de los casos más escandalosos del periodismo, como las fotografías de un intubado Hugo Chávez en la portada del diario El País. También, la autoría de un misterioso tuit en que la mujer de François Hollande mostraba su apoyo a uno de los disidentes de su partido —aunque, en este caso concreto, la misma Valérie Trierweiler acabaría reconociendo que el comentario era suyo y no de ningún pirata—. Así las cosas, cualquier rasgo que creamos conocer de este periodista parece condenado a ser un misterio.