“Mejor que tarde en caer el telón. Pero si cae, no pasa nada”

Madrid

"Romperme la cadera no fue para tanto. Me operé y ya está. Que se incendiara mi piso, pues me fui a vivir a otra casa, más grande y en el campo, en la que estaba tan agusto", cuenta Leopoldo Abadía. Él no es psicólogo, sino ingeniero industrial y economista, pero su último ejercicio literario —el octavo— habla de la felicidad y el envejecimiento. La pequeña pantalla le reclamó hace siete años para que explicara, con sencillez y naturalidad, la crisis económica. Y hoy, el público le pregunta toda suerte de cosas. Sobre la vida, pero también, sobre la muerte: "Mejor que tarde en caer el telón. Pero si cae, no pasa nada".

A sus 81 años, el zaragozano ha publicado el que, quizá, sea su libro más personal. Escribe uno cada verano, e incluso algo más, desde que Andreu Buenafuente le fichara para las noches de La Sexta. Y allí, como cuenta, empezó una nueva vida en la que no dejó de trabar amistades. "Se puede y se debe hacer amigos, también a mi edad. Aunque tengamos ideas políticas opuestas, si son cariñosos, yo estoy encantado de conocerlos", relata, al hablar de los lazos que le unen a Risto Mejide, Mario Vaquerizo o, incluso, a Belén Esteban.

Aunque menciona la política, el octogenario rara vez se ha reivindicado de izquierdas o de derechas. En su libro, sin embargo, recuerda que querría canonizar a Angela Merkel, o que no le gusta que se hable de castas. Al tiempo, el discurso que le llevó a la fama, y que hoy conserva, es que la crisis económica fue el fruto de una serie de indecencias. Y deja, en las páginas de Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón, una llamada al compromiso de los mayores: los jóvenes requieren la templanza y la paz de los ancianos, contra la sinvergonzonería de quienes evaden impuestos o no comparten, siquiera, de aquello que les sobra.

El odio, con todo, no es la respuesta. Y mejor que el carpe diem, el pensar en los demás junto al hoy, ahora. Ante los grandes problemas, los pequeños gestos de los niños que cogen flores en el campo y las regalan a su mujer Elena. Ante los achaques de la edad, la ayuda intelectual y las batallitas que concede a sus 12 hijos y 45 nietos. Su prole contrasta con el hecho de que él no tuvo hermanos, pero sí cuadra con la idea de familia de la tradición católica: una religión que tiene muy presente, también, al pensar en el final de la vida.

Quejarse, nunca. "El qué tal es una forma de cortesía. Se responde que bien, y ya está. Ningún viejo ni joven debe convertirse en un diagnóstico médico", anota quien, también, reconoce que cada día cuesta un poco más levantarse y, cada noche, el sueño llega con más garra. Cuando se acuesta, hojea los guasaps del grupo de su familia. "Hay entre 70 y 150 mensajes. Los leo todos, aunque la mayoría son jajaja y jejeje". Las redes sociales son una de las maneras con las que el autor intenta no perderse el mundo; y la que recomienda a todos sus amigos y, ahora también, lectores.