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A mi que me la corten

La guillotina no era una tortura sino una forma de morir para los nobles. Para probarlo pasamos a Javier del Pino por el filo de la cuchilla más afilada de Madrid. Mientras, Carlos lópez-Tapia recorre sus verdades y mentiras en el cine.

Madrid

En la Europa del siglo XVIII, existían más de un centenar de delitos castigados con la pena de muerte, la peor de las cuales se reservó a François Damiens, un desgraciado que atacó a rey francés Luis XV con una navaja y consiguió arañarle un brazo. Le arrancaron la piel del pecho, de los brazos y de los muslos con tenazas al rojo vivo, la mano que había sostenido la navaja fue quemada con sulfuro; sobre la carne desollada se vertió plomo fundido y aceite hirviendo, y por último fue descuartizado utilizando cuatro caballos que tiraban en direcciones diferentes. El verdugo mostró su compasión cortándole con un cuchillo los tendones de las articulaciones para que los caballos pudieran destrozarlo con más facilidad. A los nobles en cambio se les reservaba la decapitación como deferencia y privilegio. La guillotina simbolizó y simboliza el Estado del Terror en que derivó la política revolucionaria, pero en su contexto fue un paso adelante en la igualdad entre nobles y plebeyos. sigue siendo un símbolo, como demuestra el ejemplo comentado en el audio.

La Revolución Francesa de 1789 se recuerda principalmente por lo que Hegel denominó sus «histéricas secuelas», cinco años de terror, linchamientos y masacres, y por los años de tumultuosas agitaciones políticas que culminarían con la dictadura de Napoleón Bonaparte y el comienzo de veinte años de guerras. La nómina de la gente enviada a la guillotina, a menudo por las razones más triviales, tiene aún la capacidad de escandalizar: Antoine Lavoisier, el químico, por haber sido recaudador de impuestos; André Chénier, el poeta, por escribir un editorial que no fue del gusto de alguien; Georges Danton y Camille Desmoulins, acusados por Robespierre; Robespierre mismo; así como otros dos mil quinientos que corrieron igual suerte.

El dominio cinematográfico anglosajón inspirado por la Historia de dos ciudades de Charles Dickens, nos rellena las pantallas con imágenes del pueblo parisino convertido en una chusma vociferante y desatada. Muchas de esas imágenes llevan un siglo produciendo incomodidades y quejas entre los espectadores franceses, mientras que los propios historiadores galos van difundiendo en los últimos veinte años que la Revolución Francesa fue más una guerra civil que una lucha de clases de espíritu marxista.

Francia oculta en lo más recóndito de sus almacenes administrativos, pulcramente empaquetadas, las guillotinas que estuvieron en uso hasta los años ochenta, cuando se abolió la pena de muerte en el país vecino. Ni siquiera en una exposición dedicada a la pena de muerte hace pocos años en París, se mostró la que se diseñó con la mejor voluntad humanitaria.

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en la actualidad nuestros cuellos están lejos de cuchillas afiladas, con la excepción de uno de los pocos oficios que han sobrevivido desde el Egipto clásico: el de barbero. Los ingleses aseguran que Truefitt&Hill , fundada al año siguiente de la ascensión al poder de Napoleón en 1804, es la barbería más antigua de Europa, y hoy vive una reactivación gracias a la película mencionada en el audio.

Nosotros hemos elegido la más antigua de Madrid, para recordar un tiempo no tan lejano donde costaba ocho pesetas afeitarse, y donde Rafaél López disfruta del oficio que le trajo de Andalucía hasta Madrid hace más de medio siglo, donde con buena salud se mueve entre herramientas, elementos y potingues que llevan acompañando a tres generaciones; y donde nos ayuda a entender que la expresión "cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar", tuvo un sentido literal.

Javier del Pino a punto de ser afeitado con la cuchilla más afilada de Madrid. ¿Aguantará su suave piel y dura barba los envites del barbero?

Javier del Pino a punto de ser afeitado con la cuchilla más afilada de Madrid. ¿Aguantará su suave piel y dura barba los envites del barbero? / Carlos López-Tapia

 
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