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PABLO ESCOBAR

Narcotraficante, capo, esposo y padre

El hijo de uno de los delincuentes más buscados de la Historia desgrana su lado más personal

Pablo Escobar, en una fotografía de archivo.

Madrid

Reunió fondos para dar una vivienda a los más pobres, aunque su familia nunca fue recibida en El Vaticano. En la colombiana Medellín, en cambio, los altares para Pablo Escobar permanecen en los recorridos turísticos. Las contradicciones fueron parte de la vida del que se convirtió en el narcotraficante más buscado de la Historia, así como acompañaron a su familia. Juan Pablo, su hijo, siempre rehuyó los pasos del capo y ha pasado su vida pidiendo perdón, en reiteradas ocasiones, a las víctimas de su padre. Sin embargo, lleva 14 años de exilio.

Pablo Escobar, mi padre, el libro que salió ayer a la venta y que se acerca a la intimidad del llamado Patrón, "no pretende justificar ningún crimen. Quiere reconocerlos todos y desmentir los que se le atribuyen y llevaron a cabo otros", cuenta Juan Pablo. La confusión acompaña a los años en los que Escobar acumuló hasta 25.000 millones de dólares gracias al comercio de droga. En los gobiernos de Colombia y Estados Unidos se encontraban sus cómplices pero, también, sus enemigos. Y el paso de un lado al otro pareció, durante casi dos décadas de delincuencia, muy aleatorio.

También se encontraban en la hacienda pública quienes llevaron al Congreso la ley que permitiría a Escobar entregarse, ya que prohibía que a los colombianos de nacimiento se les extraditara, o quienes consintieron que la cárcel en la que fuera a cumplir condena estuviera repleta de lujos como una cancha de fútbol o una antena parabólica. No fue suficiente para el capo; escapó de allí y sería abatido a tiros solo un año después. Su hijo, con todo, sostiene que el Patrón se suicidó. Siempre le había escuchado hablar de cómo el disparo en el oído derecho era la manera más indolora de marcharse, y ese fue uno de los agujeros de bala encontrados en su cuerpo.

Juan Pablo Escobar, en el estudio. / Cadena SER

 "He asumido la responsabilidad moral de la violencia de mi padre", cuenta quien solo volvió a Colombia para conocer a Rodrigo Lara, el hijo del ministro de Justicia asesinado por el cartel de Escobar. Ese fue, en efecto, el golpe que desató los arrebatos de un Estado que, hasta entonces, había tolerado y encauzado el tráfico de droga sin problemas. Juan Pablo recuerda el año que su padre pasó en la cárcel como uno de los más tranquilos en el país y, también, en su familia: "Mis niñeras habían sido delincuentes de primera. Yo solo quería pasar los años yendo a ver a mi padre a la cárcel. Esa era una de mis esperanzas". De hecho, según el autor del libro, fueron su madre y él quienes consiguieron que Escobar aceptara entregarse.

"No podría insultar la experiencia de la violencia que vivimos con él. Aún hoy, en Argentina, me siento en un tiempo regalado, pensando que cualquier cosa me puede pasar en cualquier momento". 700 kilos de dinamita explotaron en la puerta de su casa, así como, después de la muerte de Lara, el gobierno de Colombia se alió con otros delincuentes para atrapar a Escobar. De hecho, es la primera vez, desde el exilio, en la que Juan Pablo vuelve a usar su verdadero nombre. Son 11.000 los crímenes que las autoridades atribuyen al capo, aunque sus sicarios afirman que la cifra no supera el millar.

La familia de Escobar, ya muerto, acabó en Mozambique, la tierra que la acogería a cambio de un millón de dólares; eso sí, con permisos y pasaportes nuevos "que no detectarían en Colombia ni Estados Unidos". "No huía de un parentesco, sino de un nombre que solo atraía las amenazas de muerte". Con todo, una oyente anónima de Radio Caracol, preguntada cuando la policía supuestamente peinaba Colombia en busca del capo, le hubiera dado refugio: "Él dio de comer a mis hijos". Y los altares para el Patrón cuentan, cada día, con flores frescas y ofrendas de toda suerte.

LA DROGA, sin tabú

"Mi padre no me prohibió las drogas. Al contrario, para mí, las legalizó. Abordó conmigo el tema a los ocho años y perdí la curiosidad para siempre. Me describió los efectos de todas ellas, salvo los de la heroína. Me contó que, por miedo a la adicción, nunca la había tocado. Me pidió que, si alguna vez me llamaba la atención, no la probara con mis amigos, sino con él. Desde entonces, pienso que la droga no se combate con rifles, sino con conocimiento y cultura".

 
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