Soraya Sáenz de Santamaría no lo consiguió

Madrid

El principal problema del debate televisado de ayer es que no se habló de nada diferente de lo que ya se había hablado en otros debates. Los temas a discusión fueron los mismos que en los anteriores y, lógicamente, las posiciones fueron idénticas.

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Fue una pena no poder oír a Pablo Iglesias, Albert Rivera o Pedro Sánchez hablar sobre lo que sucede en la Unión Europea, por ejemplo. La novedad se centró exclusivamente en la presencia de Soraya Saénz de Santamaría en representación de Mariano Rajoy, pero esa circunstancia pesó tanto sobre ella que, por mucho que se esforzara, sus intervenciones siempre tenían una especie de tono menor.

La vicepresidenta no consiguió hacer olvidar la ausencia de Rajoy y, aunque habló más que sus contrincantes, no consiguió casi nunca atraer la atención. Saénz de Santamaría parecía estar interesada sólo en un tema: quien saque un escaño más que el segundo tiene derecho a gobernar. Pero la Constitución no dice eso, sino que el candidato está obligado a conseguir una mayoría parlamentaria. Si no fuera así, se podría dar el caso de un presidente que no consiguiera hacer aprobar ni una ley ni un solo presupuesto del Estado.

Fue evidente que quien más cómodo y mejor se enfrenta este tipo de debates es Pablo Iglesias, que, con algunas excepciones, se expresa con seguridad y marca diferencias. Albert Rivera es un excelente candidato, pero en este tipo de debate le cuesta dominar el nerviosismo y se empeña en meter muchos mensajes en muy poco tiempo, de manera que parece atropellado.

Es muy probable que el debate haya beneficiado no solo a Pablo Iglesias sino también, aunque resulte menos evidente a primera vista, al candidato socialista, Pedro Sánchez, que pareció también bastante tranquilo y que jugó bien sus cartas. Sánchez tendrá, además, una nueva oportunidad en su cara a cara con Rajoy.