Pedro Sánchez, victoria y error

Madrid

Anoche vimos al mejor Sánchez, brillante, convencido, convincente. Demostró gran determinación y muchas ganas, y dio medida de líder como hasta ahora yo no le había visto. Llevó la iniciativa e impuso su aplastante superioridad en imagen ante un Rajoy encogido que por momentos pareció un anciano. Pero Sánchez se pasó de torrencial. La desmesura siempre es un mal negocio, y aunque hizo muy bien en emplearse con dureza en el tema de la corrupción, y aunque es cierto que Rajoy tenía responsabilidad política en el caso Bárcenas y en la corrupción de su partido, y aunque es cierto que hubiera debido dimitir, lo de “usted no es una persona decente” me pareció un patinazo. Fue un patinazo porque es muy probable que para bastantes espectadores Sánchez perdiera y por golpe bajo un combate que ganó ampliamente a los puntos. Y patinazo porque a partir de ese momento todo fue vinagre y bronca, la habitual pelea a palos entre el PP y PSOE de la que hemos acabado hartos y de la que han salido huyendo las nuevas generaciones.

Mariano Rajoy volvió a demostrar que es un funcionario probo y un líder nulo, que su único motor es que le cuadren las cuentas, y eso es insuficiente en un país estructural, territorial y socialmente descuajeringado. Cuatro años más de Rajoy sería vivir en una España de mesa camilla, alrededor de la hucha y contando la calderilla, sin ninguna ventana a la modernidad. Pero, puesto que nadie va a poder imponer sus recetas en solitario y nos esperan desafíos de alto voltaje, la cuestión era saber cuál de los dos candidatos que ayer vimos parecía más capacitado para convocar a todos y para implicar a todos en una especie de segunda transición con aliento transformador. Pues bien, para mí Rajoy, no. ¿Alguien distinto o mejor en el PP? Puede ser. ¿Pedro Sánchez?, puede ser. ¿Alguien distinto o mejor en el PSOE? No.