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Las otras miradas de la guerra

Los refugiados y migrantes en su travesía hacia Europa, o las víctimas de las desapariciones forzadas en Perú, son algunos de los rostros que la organización Médicos del Mundo ha seleccionado este año para el XIX Premio Internacional de Fotografía Humanitaria 'Luis Valtueña'

Una niña espera a ser trasladada a un campo de refugiados y refugiadas, junto a cientos de personas en el punto de recepción de Roszke, fronterizo con Serbia. / Olmo Calvo

Madrid

Miradas perdidas, cansadas, indignadas. Miradas vacías, inertes, destrozadas. Miradas sin mirada, resignadas, desesperadas. Miradas que transmiten el horror de la guerra sin necesidad de mostrarnos los escombros, los cadáveres o las bombas. Son los otros testigos de una tragedia que no conoce espacio ni tiempo, y que viaja en los ojos de sus casuales víctimas a bordo de barcas frágiles y mediocres que naufragan antes de llegar a su destino. Una tragedia que se esconde entre campos de maíz para escapar de policías armados con gas pimienta. La tragedia que resurge, aislada, en un lugar remoto de la montaña, enterrada en fosas comunes, bajo años y años de tierra.

Es casi imposible describir con palabras todo lo que encierran esas miradas: las otras miradas de las guerras, algunas de las que Médicos del Mundo ha querido reconocer este año en el Premio Internacional de Fotografía Humanitaria 'Luis Valtueña', y que se muestran hasta el 28 de febrero en el espacio Centro Centro, en el Palacio de Cibeles de Madrid.

La serie ganadora pertenece al fotógrafo cántabro Olmo Calvo. Bajo el título 'Supervivientes en busca de refugio', las imágenes muestran el éxodo de ciudadanos sirios, iraquíes y afganos por territorio europeo, huyendo de la guerra en sus respectivos países. Las miradas expresan un amplio abanico de sentimientos: desde la intriga de unos niños que tocan, cautelosos, las alambradas con cuchillas en la frontera con Hungría, a la incomprensión de una menor rodeada de policías con escudos, cascos y mascarillas. Y todo ello, sin olvidar el terror en los ojos de una familia que ha logrado escapar de la persecución, o la tensión contenida de hombres, mujeres y niños que avanzan en fila india junto a un campo de maíz que les permite ocultarse de la batida.

Pero, si estremecedoras son las miradas que se ven, más aún lo son las que se ocultan a nuestros ojos, pero logramos intuir en la serie de fotografías de Santi Palacios Castaño, uno de los finalistas con 'Miles de vidas en juego para llegar a Europa'. En sus imágenes se adivina el dolor en los ojos cerrados, apretados con fuerza, de una mujer griega de la isla de Lesbos, que sostiene entre sus brazos el cuerpo sin vida de un bebé envuelto en una manta. Se percibe el vacío en la mirada de un niño al que tratan de reanimar en la playa, después de haber permanecido más de una hora en las aguas heladas del Egeo. Se presiente, en una familia envuelta en mantas térmicas que ha logrado pisar con vida la orilla, el alivio mezclado con el miedo y la incertidumbre ante el futuro desconocido al que se enfrentan. Se capta el pánico en las decenas de ojos agolpados en una balsa precaria a punto de hundirse, y el grito de socorro, desencajado de sus órbitas, que desvelan los que, escapando al naufragio, consiguen tocar las yemas de los dedos de quienes salen a su encuentro en la orilla para salvarles la vida.

Son muchos los que miran sin ver. Y muchos, también, los que sin ojos, cuentan mucho de su infortunio. Como muestra el peruano Miguel Mejía Castro en su serie 'El dolor del retorno', sobre el enfrentamiento entre Sendero Luminoso y el ejército de Perú durante más de veinte años. En este caso, las fotografías muestran la exhumación de fosas en las que fueron enterradas las víctimas, en lugares perdidos entre las montañas, a más de un día a pie de cualquier lugar al que se pueda llegar en un vehículo. Ahí están el dolor y la impotencia en las miradas de los familiares a los que se les arrebató la vida de sus seres queridos en un segundo, y cuyos restos descarnados han logrado identificar y recuperar. Por eso, muchos ojos también transmiten cierta paz, cierto sosiego. Lejos de la nada, la hoquedad oscura e infinita de unos huesos que han perdido la mirada, aunque no la capacidad de gritar hasta qué punto puede llegar la inutilidad avasalladora de las guerras.

Casi siempre, las miradas lo dicen todo. Pueden mover conciencias y emociones. Tambien las de quienes se enfrentan a estas elocuentes imágenes. No son fotografías de guerra, pero podrían serlo. Porque son una consecuencia inmediata de la sinrazón, que siempre se acaba cebando con el lado más débil.

Carlos Cala

Carlos Cala

Empieza en la radio en 1992, en la emisora de la Cadena SER en Morón de la Frontera, trabajo que simultanea...

 
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