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Economia y negocios

El uso irracional de los móviles

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Es uno de los avances tecnológicos que más ha cambiado nuestras vidas. Nos permite estar continuamente conectados, hacer cualquier consulta inimaginable en unos segundos, hacer fotos, archivarlas, enviarlas, intercambiar documentos, grabar videos, gestionar la economía personal, familiar o de la empresa a golpe de click y un largo etcétera. Son los teléfonos móviles, cuyas posibilidades son ya infinitas. Y lo que queda por venir, como ha quedado demostrado en el último Mobile World Congress de Barcelona.

Pero como dice el refrán, nada es perfecto. Ni los móviles. Y no lo digo por las baterías y su corta duración, sin duda no adaptada a los tiempos de uso y gran cantidad de aplicaciones que usamos; ni por esa guerra de novedades que vuelven locos a los entusiastas pero que trae de cabeza a los demás consumidores…

Lo digo por el uso que hacemos. A veces bastante irracional, cumpulsivo. Hasta los más pequeños quieren móviles y lo peor, los padres se los dan. No digo que su irrupción no tenga cosas positivas, ¡muchísimas!, pero también muchas negativas. Por ejemplo, me sorprendía el otro día una imagen en el metro. Todos y cada uno de los viajeros, fueran sentados o no, llevaban sus ojos fijos en los móviles. Hasta en los grupos de amigos, las parejas… Viendo WhatsApp, consultando noticias, viendo videos, buscando sabe Dios qué… En las comidas de trabajo de cada día, los compañeros no hablan, miran el móvil. En muchas comidas familiares hay problemas para los platos por el espacio que ocupan los móviles. Tengo la sensación que si a más a de uno le cambiaran el plato, ni se enteraría... No hay diálogo, se mira el móvil, se pasan videos o fotos… Creo que muchos llamamos para decir “ya llego” cuando estamos a 2 minutos de casa; y que los chicos vuelven a llamarse aunque hayan estado toda la tarde juntos; y que las parejas se pasan la tarde noche con el “te quiero” por si se olvida; y que los hijos se pasan el día enviando fotos de los nietos a los abuelos y contando hasta el color de las cacas; y que el jefe llama a cada momento a sus subordinados aunque sean las tantas de la noche o fin de semana aunque no sea urgente; y que las empresas no se cansan de enviarte mensajes para que compres; y que muchos se pasan el día enviando a los amigos y familiares textos y fotos de todo lo que compran o comen, lo que ven, lo que piensan, el chisme más absurdo, el último chiste o video subido de tono. Y que si Pedro, Pablo, Rivera, Mariano… Y todo eso tiene un retorno que nos lleva a estar todo el día enganchados al puto teléfono.

Creía que todo esto era una percepción mía. No. El domingo estuvo en Ser Consumidor Marc Masip, psicólogo experto en trastornos relacionados con las nuevas tecnologías. Hace no mucho hacía público un informe y de ahí he sacado esta frase, digna de reflexión: “Hay un problema de valores, de educación, de prioridades, de amigos, de vínculo, de crecimiento, de identidad, de rendimiento e, incluso, de salud... Porque que el 80% de la población viva pegada a un aparato día y noche acaba siendo, al final, un problema de salud”.

Lo es, sin duda: como que, según el mismo estudio, niños de entre 10-15 años sientan la necesidad de mirar su móvil cada 15 minutos de manera general; que el 98% de estos posean un teléfono de última generación con conexión a Internet, cifra similar a los que tienen entre 15 y 17 años; que el 54% de los hombres de 36-45 años toca el teléfono móvil 100 veces al día, es decir, cada 14 minutos, cifra que sube en el tramo de los 46 a los 60 años pero con otros tramos que tocan el móvil cada seis minutos.

Ya no digo los altos porcentajes de niños, adolescentes jóvenes, adultos y mayores que duermen con el teléfono móvil al lado, encendido, por supuesto. El 60% de los hombres, el 70% de las mujeres. Sin olvidar el gran número de adultos entre 36 y 60 años que dicen hablar por el móvil mientras conducen. Y muchos más de los que te imaginas guardan y envían imágenes y videos con contenidos sexuales.

La pregunta es: ¿Sabríamos vivir sin móvil?, ¿sabríamos dejar de sentirnos “desnudos” si no llevamos el móvil encima?, ¿o no enfadarnos si no tenemos cobertura? Creo que estamos metidos en una rutina peligrosa y, a veces, absurda, alimentada por las tarifas planas, de la que parece casi imposible salir. Sobre todo teniendo en cuenta que cada vez nos ofrecen más alternativas y “caramelos” tecnológicos para seguir enganchados. Algunos hacer su trabajo para “engancharnos”. Falta el nuestro para lo contrario, “desengancharnos”, dejar nuestra adición.

 
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