Deberíamos saber su nombre

Madrid

Colocar una bomba en un restaurante es un acto de terrorismo. Bombardear un hospital es un crimen de guerra. Los actos de terrorismo son, afortunadamente, perseguidos y sus responsables, condenados a fuertes penas de prisión. Los crímenes de guerra no son habitualmente castigados, pese a que existen leyes internacionales más que suficientes. Los atentados terroristas ocupan las primeras páginas de los medios de comunicación. Los crímenes de guerra, no. Ayer, un hospital situado en un barrio céntrico de la ciudad siria de Alepo —un hospital antiguo gestionado por Médicos sin Fronteras, cuyo emplazamiento era conocido por todo el mundo— fue bombardeado por fuerzas favorables al gobierno de Damasco.

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El presidente Assad pretende que su gobierno es un baluarte contra la barbarie, pero los miles de refugiados, hombres, mujeres y niños totalmente inocentes, que huyen de Siria le responsabilizan de buena parte de sus desgracias. El hospital estaba situado en la llamada zona rebelde de Alepo, una hermosa y gran ciudad que tenía más de dos millones de habitantes cuando empezó la guerra y que ahora es una de las ciudades más bombardeadas y sacrificadas de Siria. "No tengo palabras para expresar lo que siento", dijo el representante de Naciones Unidas. Entre las varias decenas de muertos, niños, por supuesto, y también, el último pediatra que había tenido el valor de quedarse en la ciudad para cuidarles. Deberíamos saber su nombre.