No se puede dejar de hablar

Madrid

Volver a hablar de los centenares de personas, hombres, mujeres y niños que se ahogan todas las semanas en el Mediterráneo, huyendo de países en guerra o en busca de una vida mejor, es una obligación moral, que no permite escapatoria. No se puede dejar de hablar de este asunto, por mucho que algunos quieran dejar de oírlo, porque se trata de tema fundamental, de vida o muerte, sobre el que tendremos que pedirnos cuentas más pronto que tarde. Esas personas mueren ahogadas porque Europa se niega en redondo a establecer un sistema de pasaje seguro y deja en manos de mafias lo que ella misma ha convertido en un negocio, ilegal pero negocio extremadamente productivo.

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Según datos de Médicos sin Fronteras y de Acnur, la agencia de Naciones Unidas para los Refugiados, esta semana han muerto ahogadas entre 500 y 900 personas. Entre 500 y 900, escúchenlo bien. Nunca sabremos la cifra exacta ni mucho menos sus nombres, sus edades, sus vidas… Todos los naufragios se han producido en el Mediterráneo central, camino, digamos, de Italia, ya que la ruta de Turquía a Grecia, quizás algo menos peligrosa, está cerrada.

La Guardia Costera italiana ha confirmado tres naufragios seguros y un cuarto posible. El miércoles se recuperaron cinco cadáveres. El jueves, 20, y el viernes, 45, en puntos diferentes del Mediterráneo. El resto nunca se recuperará. En estas estamos.

La Unión Europea, la región más rica del mundo, la que cuenta con más medios y con mejor tecnología, permite que cientos de personas, inocentes completamente de cualquier deseo de hacernos mal, mueran cada semana cerca de nuestras costas.