¿Viviendas sostenibles? No, caras y malas
Madrid
Ayer se celebró el Día del Medio Ambiente y he leído mucha cosas estos días que hablan de las bondades de unas viviendas sostenibles, eficientes, ahorrativas, bien aisladas… Perfecto. Pero nada más lejos de nuestro parque de viviendas. Nada más lejos de esas viviendas que se diseñan – al menos sobre el papel – para tener el mínimo gasto de energía, orientadas y diseñadas en su estructura y materiales para utilizar lo mínimo la calefacción o al aire acondicionado. Nada más lejos de viviendas saludables que no pierdan el calor por todos los rincones, que no sean auténticos hornos, que no tengan humedades, sin corrientes por todas las puertas y ventanas…
Un estudio europeo sobre el parque de las viviendas dice que, en España, el 36% tiene problemas de humedades y un 22% de los propietarios dice que su vivienda es muy fría en invierno. Estos y otros factores hacen pensar a los expertos que hasta un 68% puede no contar con unas condiciones óptimas de sueño. Lo mismos técnicos que ven en la vivienda un factor de calidad de vida, pero también un factor que puede estar detrás incluso de enfermedades.
No es el único estudio que refleja nuestras carencias: otros demuestran también la vergonzosa calidad de gran parte de nuestras viviendas. Una empresa dedicada a la realización de certificaciones de viviendas desde la entrada en vigor, hace ahora justo tres años, del certificado energético obligatorio para vender o alquilar, Certicalia, ha dado estos días sus estadísticas de la calidad “energética” de nuestras casas. Y son demoledoras:
Clase energética
A: 0,16%
B: 0,20%
C: 1,62%
D: 10,41%
E: 53,01%
F: 12,69%
G: 21,91
Es decir, las tres categorías “verdes”, las mejores, las más eficientes, únicamente alcanzan el 1,98% de las viviendas, con tan solo un exiguo 0,16% de las viviendas en la mejor categoría, la A; añadiendo la cuarta categoría, situada justo en el punto medio, se llega a un ridículo 12,03%. Pero es que las tres categorías menos eficientes, E, F y G, suman nada menos que el 87,61%. Es decir, la mayor parte del parque de viviendas en nuestro país es muy deficiente, con categorías que no queremos ni para nuestras lavadoras, ni frigoríficos o televisores…Con serios problemas en las instalaciones térmicas, en los revestimientos de las casas, incluso con una cuarta parte de ventanas con problemas.
Es verdad que las certificaciones en vivienda nueva reflejan una mejora en la eficiencia de los pisos en los tres últimos años, pero muy lejos de situaciones optimistas. El estudio Zebra 2020 asegura que el 32,4 de las viviendas de reciente construcción tienen todavía la clase E y el 28,9 la D, es decir deficientes el 61,3%; y clase A, únicamente el 7,5%, es decir, dos puntos más que en 2013. Pobre mejora.
Es verdad que muchas viviendas fueron construidas hace muchos años, entre los 60 y los 80, con normativas antiguas, que puede “perdonar” algunas carencias y malas calidades. Pero no es menos cierto que viviendas muy posteriores, incluidas muchas levantadas con el Código Técnico de la Edificación de 2007, dejan también mucho que desear. No hay excusa pues para los paños calientes: Vivimos en casas malas, con calidades pésimas, por las que antes, recientemente y también ahora pagamos mucho dinero. Los propietarios pagamos a precio de oro lo que era hojalata. Pagamos mucho por viviendas en las que un mínimo control de calidad hubiera detectado el atropello. No olvidemos que, en las últimas décadas, no pocos de estos propietarios se han tenido que ver las caras con constructores/promotores en los tribunales. Y no porque la bañera no tragara bien…Sencillamente porque la vivienda en España es el fiel reflejo de la “chapuza nacional”. Eso sí, muy “eficientes” para el bolsillo de algunos…