¿Por qué soñamos?

Madrid

Ayer, el informe Chilcot sobre la actuación del Reino Unido, sobre todo de Tony Blair en la guerra de Irak, nos hizo mirar con envidia, esta vez, a un país capaz de revisar su pasado y señalar al responsable de la mentira. Un país capaz de enfrentarse a los errores de sus dirigentes, capaz de pedir explicaciones y capaz de escucharlas, aunque sean un sinsentido. Ayer muchos de nosotros recordamos la soberbia de Aznar asegurando la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, su flequillo y su sonrisa en la maldita foto de las Azores, sus pies sobre la mesa del peor presidente de la historia de Estados Unidos o de su acento tejano. También recordamos las millones de personas por las calles de España gritando ‘¡No a la guerra!’, a todos los muertos y yo, especialmente, a José Couso.

Pero de todo esto sólo nos acordamos nosotros, desagradecidos ciudadanos que no supimos corresponder a la grandeza de Aznar que nos situó en lo más alto de la influencia internacional. Lástima que eso quería decir mezclarnos con los peores y ser partícipes de sus peores tropelías.

Hoy, al menos, podríamos habernos despertado con alguna reflexión profunda de los miembros del partido de Aznar que entonces estaban en el gobierno y que hoy siguen intentando gobernar. Pero, ¿por qué soñamos? Rajoy ha dicho que no había leído el informe, ¿tampoco vio la tele ni escucho la radio? El aspirante a presidente sin funciones parece que vive aislado y además añade que “eso pasó hace trece años y que ya se ha debatido mucho sobre ello, que para qué removerlo”.

Y si esto no les impresiona, esperen a escuchar lo que ha dicho Federico Trillo, entonces ministro de defensa y propietario ahora de la plaza de embajador en Londres. Ha tenido la desfachatez de decir que España nunca estuvo en la guerra de Irak, que no se pegó ni un tiro. 2.600 soldados españoles estuvieron allí. Como si todos nosotros hubiéramos estado en coma durante todo ese tiempo y ahora quisieran retorcer la realidad a su manera.