Cuando descubrimos el Caribe y el Todo Incluido
Un anuncio de publicidad, protagonizado por un gris oficinista al que bautizaron como Curro, despertó nuestro deseo de conocer playas lejanas
Madrid
Corría 1996 y Curro representaba a un tipo corriente, un oficinista gris que en esa década en la que empezó a democratizarse lo de viajar, pudo llegar hasta el Caribe. Unas gafas de buceo, un tubo y unas aletas bastaron para contagiar a varias generaciones el gusto por cambiar las playas de levante por las del otro lado del mundo. Los españoles descubrieron el paraíso representado con aguas cristalinas, arena blanca y cocoteros.
Asociado a este turismo nació una pulserita que era el pasaporte al relax y al T.I., todo incluido. En aquellos viajes aprendimos a beber la piña colada con pajitas de colores y sombrillita de papel tumbados al borde de la piscina. Se comía y se bebía a todas horas y nos invitaban a participar en actividades de todo tipo también a todas horas.
Cuando descubrimos el Caribe y el Todo Incluido
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Musicalmente triunfaban los ritmos latinos. Sonaban Chayane, Gloria Stefan o Ricki Martin con esa “María” que bailábamos hasta el amanecer en unos hoteles de cuatro o cinco estrellas de los que la mayoría no salían hasta el día que tocaba volver al aeropuerto.
Los principales destinos de curro fueron Cancún en Méjico y Punta Cana en la República Dominicana. Compramos sol, lujo, playas y exotismo en español. Se pagaba en una vez y la sorpresa no estaba en el precio sino en ese viaje que nos llevó tan lejos, por primera vez, en esos veranos de los años 90