Terror en el laboratorio
Cuando, hace doscientos años, lord Byron convocó en su casa alquilada de Villa Diodati, a orillas del lago Leman, a un grupo de amigos entre los que se contaban su médico personal, John Polidori, y los amantes Percy Shelley y Mary Godwin, ninguno podía imaginar que de aquella reunión surgiría un icono que marcaría la civilización tecnológica que estaba comenzando a nacer. Imposibilitados para disfrutar del aire libre por el mal tiempo provocado por la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, decidieron competir a ver quién sería capaz de concebir la más espeluznante historia de fantasmas
Madrid
La ganadora, ahora lo sabemos, fue la joven Mary, quien poco después se convertiría en la señora de Shelley. Fue en aquel verano oscuro donde surgió su idea para lo que, dos años después, sería Frankenstein o el moderno Prometeo, la novela que, para Isaac Asimov, inauguró el género de la ciencia ficción y que, sobre todo, encarnaría el profundo temor que los cambios científicos traerían a unas mentes que, en muchos aspectos, seguían ancladas en los prejuicios medievales.
La exposición Terror en el laboratorio, comisariada por María Santoyo y Miguel A. Delgado, y que hasta el 16 de octubre puede visitarse en el Espacio Fundación Telefónica de Madrid (Fuencarral, 3), sigue la huella del camino marcado por la obra de Shelley. El nuevo concepto del científico loco reemplazó a los de la estirpe de Fausto que hacían pactos con el demonio o invocaban al Más Allá: ahora, era el mayor fruto del intelecto humano, la ciencia y la tecnología, el que era capaz de traer la ruina y la condenación sobre quien osara adentrarse en las potestades divinas.
SER Historia: Frankenstein (20/08/2016)
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Una maldición que, en la exposición, toma tres encarnaciones: los monstruos (representados por Frankenstein y por La isla del doctor Moreau, de Wells); los dobles, las partes desconocidas de la mente que salen al exterior (El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde; de Stevenson, y El hombre invisible, también de Wells); y los autómatas, especialmente los femeninos, nacidos para cumplir todos los deseos del hombre, pero que igualmente terminan siendo una maldición (El hombre de la arena, de E.T.A. Hoffmann, y La Eva futura, de Auguste Villiers de l'Isle-Adam).
A través de la medicina o la biología, de la psicología o la química, o de la ingeniería robótica: los habitantes del siglo XIX temían que esos avances tan maravillosos no le saldrían gratis a la Humanidad. Un temor que sigue vigente hoy en día, y cuyas raíces explora esta muestra.