El niño
A Carlos no le gustan los niños. No le gustaban ni los suyos, a los que vio crecer con indecible alivio

Madrid
A Carlos no le gustan los niños. No le gustaban ni los suyos, a los que vio crecer con indecible alivio. Ahora solo se sienta en el parque en horario escolar, incluso entonces escoge bancos alejados de los columpios y el tobogán. Pero a veces, se cuela alguno.
Por allí se acerca una madre, con su hijo, vestido con el uniforme del colegio: los pantalones grises, el jersey de pico. La madre arrastra al niño con la expresión de cólera apocalíptica que es patrimonio inmaterial de las madres de todo el mundo. El niño mantiene los labios apretados y la frente alta, con cierto orgullo, mientras trastabillea para seguir el paso de su enfurecida progenitora.
Entonces, la madre frena en seco, saca una toallita húmeda del bolso, y le limpia las manos al niño vigorosamente. Carlos se acuerda de la vez en la que le quemó el pelo a su primo Javi con una bengala y de que los ojos de su madre brillaban con la misma furia. No le pasó nada a Javi y se ríen cuando lo recuerdan, pero se asustaron de verdad, todos. Se le escapa la sonrisa, y mientras la madre arroja la toallita a una papelera, Carlos telegrafía al niño con un movimiento de cejas. –Menuda la has armado, ¿eh?–, y el chico contesta, también por telepatía –No lo sabes tú bien–.




