Paisaje después de la batalla
Los socialistas tienen muchos rotos que coser pero quizá el principal es con quienes un día confiaron en ellos para que mejoraran sus vidas y lideraran la modernidad
Madrid
El paisaje después de la batalla que ofrece hoy el PSOE se resume en dos cifras: 132 votos contra el secretario general y 107 a favor. Un partido roto que necesitará mucha terapia, mucha grandeza y mucha tarea inclusiva.
Pepa Bueno
Pepa Bueno
Después de una semana aferrándose a los estatutos, la urna sin las mínimas garantías que Pedro Sánchez colocó el sábado a la desesperada en Ferraz le precipitó al vacío definitivamente.
Se acabó, ya no está Pedro Sánchez, pero los desafíos para los socialistas se han multiplicado de puertas para dentro, y siguen intactos de puertas para fuera. Los propios ganadores de la contienda televisada del sábado marcaron las prioridades: primero la gobernabilidad de España, luego el Congreso del partido.
Así que la primera tarea ahora, además de recoger los platos rotos y serenar la ansiedad alocada con la que todos han conducido el proceso, la primera tarea es responder a la pregunta de si mantienen o modifican la posición que fijó el comité federal de julio: como no parece que este partido esté en condiciones de liderar ninguna alternativa, deberán decidir qué harán si Rajoy intenta una nueva investidura. Votar en contra o abstenerse. Ninguna es fácil en este momento, y ninguna indolora. Unas nuevas elecciones en diciembre pueden hacer añorar los 85 diputados actuales, pero virar a la abstención precisa de una pedagogía interna que muy pocos han hecho.
La decisión deberá tomarla un nuevo comité federal que tiene que convocar la gestora presidida por el presidente asturiano Javier Fernández. Pero puede ocurrir que no tengan ni siquiera ocasión de decidir si abstenerse o no, porque en el PP no tienen claro ahora si les interesa la abstención socialista o apuestan por ir a nuevas elecciones y tratar de aumentar su mayoría aprovechando la extrema debilidad de su adversario. No sería la primera vez que el PP defiende como bueno para España una cosa y su contraria.
Y después ya vendrá el Congreso del PSOE. Las maniobras para cerrar el paso a Eduardo Madina hace dos años le dieron la Secretaría General a Pedro Sánchez, apoyado por Susana Díaz. Lo que ocurrió después ya es historia muy conocida y ha venido a demostrar el alto precio que tarde o temprano se paga por intentar torcer el curso de los acontecimientos.
Pero más allá de los nombres propios, el debate fundamental, el que está aplazado desde el 2010 en el PSOE es si la socialdemocracia tiene respuestas propias para los problemas del siglo XXI, en una economía globalizada. Desde que Zapatero asumió en el 2010 las líneas maestras del austericidio, decidido por el pensamiento ultraliberal para salvar a la banca alemana y francesa, aquí como en el resto de Europa los votantes socialdemócratas se sintieron huérfanos.
Populares y socialistas habían votado juntos durante años en Bruselas, en los tiempos del dinero alegre y el Estado de Bienestar. Pero cuando la crisis entró por la puerta el idilio con sus votantes saltó por la ventana. Los empobrecidos miraron a sus siglas llenas de palabras hermosas y no hallaron más que desconcierto, miedo a perder estatus, viejas estructuras endogámicas, antiguas recetas inservibles, falta de autonomía política y ausencia de ideas. Y buscaron fuera, si no la solución, sí el consuelo que no encontraban dentro.
Los socialistas tienen muchos rotos que coser pero quizá el principal es con quienes un día confiaron en ellos para que mejoraran sus vidas y lideraran la modernidad.
