Le tengo ley al cine porno
Esta semana, a La Tana se acuerda de los viernes de Canal +
Madrid
No debía de tener más de 15 años cuando vi la primera película porno de mi vida. Fue en casa de una amiga. Conocimos a Sylvia Kristel y nos enamoramos de Emmanuelle. Muchos años después tuve un novio de esos con cicatriz de por medio como me gustan a mí, que cumplía con el requisito de pagar por la porno de Canal +. Con él sí que aprendí. Al menos de aquel porno de finales de los 90: todas las firmadas por Mario Salieri, tienen escenas en las que el hombre penetra sin quitarse los pantalones, simplemente abriéndose la bragueta. Para distinguir la nacionalidad de una película porno, hay que prestar atención a las tetas. Cuanto más operadas, más yankees. Cuanto más naturales, más francesas. Cuanto más grandes, más nórdicas.
No aguantábamos los noventa minutos de cinta sin meternos mano. Sacándole partido a aquellos polvos ajenos y convirtiéndolos en nuestros. Veinte años después de aquellos viernes de Canal +, recurro al porno cada vez que quiero, saciando, sola o acompañada, la excitación que me provoca.
Le tengo ley al cine porno… Le tengo ley y recurro a él, aunque solamente sea por vengar las llamadas que me hacían a las cuatro de la mañana jadeando mi nombre: Hola, mi nombre es Celia Blanco, y desgraciadamente para todos ustedes, no soy la actriz porno.