Hay que volver a la política

Barcelona

El domingo próximo por la noche, el gobierno español cantará victoria por haber impedido el referendum y el gobierno catalán y el soberanismo glosaran la gran movilización ciudadana de gentes que defendían el derecho a votar que se les ha negado. Esto es todo lo que me atrevo a pronosticar a cinco días vista. Con plena de conciencia de que pueden pasar cosas en las próximas horas que conviertan mi hipótesis en un cuento de hadas. Si que me atrevo a afirmar lo que no deberían hacer las dos partes el día después. El gobierno catalán no debe caer en la trampa de la proclamación unilateral de independencia, condenada a ser un brindis al sol, que le haría perder parte del crédito ganado estos días. Y el gobierno español no debe buscar el enseñamiento con el uso de instrumentos excepcionales como la suspensión de la autonomía. Hay que volver a la política. Y para ello al soberanismo le conviene preservar las instituciones catalanas y al gobierno español demostrar que tiene respuesta y proyecto más allá del imperio de la ley. Dicho de otro modo, Puigdemont tiene que tener la cintura suficiente para convocar elecciones antes de que le detengan o le inhabiliten.

Dice Felipe González: la situación en Cataluña es lo que más me preocupa en 40 años. No me extraña. Pero la pregunta es: ¿cómo es posible que la clase política española haya tardado tanto tiempo en asumir la importancia del problema? Hace cuatro días todavía era un lugar común que el soberanismo era un globo que se deshincharía solo.

En pleno desmontaje del Código del Trabajo que regía Francia desde el 45, Macron dice que los que se oponen a sus reformas son holgazanes y que “una estación es un lugar en el que te cruzas con gente que ha triunfado y con gente que no son nadie”. ¿Para quién gobierna Macron? La arrogancia y el desdén es una enfermedad contagiosa en las élites conservadoras europeas. Ocurre cuando la riqueza se produce creando miseria.