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Benín, un mercado de niños

Más de 40.000 menores son vendidos cada año en este país donde se puede comprar un niño por solo 30 euros

El tráfico y la trata, el matrimonio infantil o la explotación laboral son algunos de los principales problemas de este pequeño territorio del África Occidental donde el 70% de los menores trabaja a diario

Los hogares y las escuelas apoyados por Manos Unidas están logrando sacar de las calles a miles de niños

FOTOGALERÍA | El día a día en Benín, el país de la explotación infantil / NICOLÁS CASTELLANO

Tenía 8 años cuando fue vendida y enviada a Nigeria. Por puro azar y porque la encontró desorientada la policía fue liberada y enviada al hogar de las hermanas salesianas en Cotonú, la capital económica de Benín. Se llama Abla y su voz baja y entrecortada ayuda a dibujar el perfil real que se esconde tras la terrible cifra de más de 40.000 niños que cada año son vendidos en Benín.

Niños a 30 euros: un viaje por Benín, el país de la infancia robada

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En este país, un auténtico mercado de niños, no sólo porque el 70% de los menores de 17 años trabajen casi a diario, sino porque los mismos niños son una mercancía. En Benín se puede comprar un niño por solo 30 euros pero no van destinados exclusivamente a la explotación económica o laboral, existe también la trata con fines de explotación sexual o el tráfico de órganos. A pesar de no contar con datos fiables, porque apenas hay registros oficiales, Benín es un ejemplo paradigmático de vulneración de los derechos de la infancia pero también de hasta qué punto nacer en un punto geográfico o en otro puede condenar para siempre una infancia y un futuro.

Abla fue vendida cuando tenía 8 años. La Policía nigeriana la liberó y nueve años después se ha reencontrado con su familia

Abla fue vendida cuando tenía 8 años. La Policía nigeriana la liberó y nueve años después se ha reencontrado con su familia / NICOLÁS CASTELLANO

En este reportaje, elaborado tras 8 días recorriendo distintas zonas de este país, no sólo se escucha a algunos de esos niños explotados, que trabajan y siguen viviendo en las calles, también hay historias de esperanza. Las de aquellos que han logrado dejar atrás la dura vida de la calle o el maltrato y hoy han aprendido un oficio y se ganan la vida dignamente.Pero también escucharán testimonios brutales. Como el de la hermana Josephine, que detalla cómo después de 9 años de búsqueda encontraron a los padres de Abla gracias a anuncios en la radio.

Zenobu perdió los dedos por intentar saciar el hambre

“Era pequeña, mi madre había muerto y le había dicho a mi tía que me cuidara. Pero me maltrataba, no me daba casi comida y un día que tenía mucha hambre me vio que iba a coger un trozo de pescado para comérmelo, empecé a masticar pero entonces me cogió la mano y me la metió en aceite hirviendo. Con los dedos quemaos me encerró en una habitación durante varios días y los dedos se empezaron a podrir”, su historia la narra casi del tirón esta pequeña, a la que cambiamos su nombre real para proteger su identidad.

Zenobu, de 12 años, muestra sus manos desfiguradas tras ser obligada a meterlas en aceite hirviendo como castigo

Zenobu, de 12 años, muestra sus manos desfiguradas tras ser obligada a meterlas en aceite hirviendo como castigo / NICOLÁS CASTELLANO

Vive en Parakou, en otra zona del país, a más de 400 kilómetros al norte de la costa donde está otro de esos hogares convertidos en auténticos oasis, el Centro de Acogida de Menores de St. Joseph, donde las niñas se recuperan de lo que podría parecer casi imposible.

El niño del saco de arroz

“Un niño de 4 años al que su propio padre ató, lo metió en un saco como un animal y lo quiso vender en Nigeria para ganar dinero. El padre ya había echado a su madre con mucha violencia y entonces cogió al niño, lo ató, lo metió en ese saco de arroz para llevárselo a Nigeria a venderlo. Desafortunadamente para él la policía lo atrapó en el camino y lo metió en prisión. Impactaba ver a ese niño que no sonreía jamás", recuerda la hermana Eufrasie, educadora especializada y responsable de ese Hogar San Joseph. Este centro de tránsito para niñas en situacion difícil tiene una capacidad para 30 niñas pero muchas veces están al doble de su capacidad.

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Unas instalaciones donde también acogen a niñas que han huido de los matrimonios forzosos infantiles como Gracia. "Me dijo venga ya eres mayor y tienes que casarte y dije que no. Tenía 17 años y mi tía me quería obligar pero yo me negué, dije que aún era demasiado pequeña", y con el apoyo de las hermanas logró acabar sus estudios y ahora regenta su propio taller de costura.

Dantokpa, uno de los mercados informales más importantes de África

Giulio, un cooperante italiano que trabaja con las hermanas salesianas y con Manos Unidas se convierte en nuestro guía por este infierno donde trabajan y viven casi 200.000 personas de las que al menos 7.000 son niños explotados. Muchos de ellos duermen sobre la basura porque este mercado sigue creciendo ocupando cada vez más el río pestilente que bordea la zona.

En él ha vivido y trabajado Sonó Gabén cuando tenía 10 años. Ahora tiene 12 y por primera vez está acudiendo a una escuela aunque sigue siendo un niño que trabaja. "Vivo en un taller de costura donde trabajo con mi jefe. Me levanto a las 6 de la mañana, empiezo en el colegio a las 7 y media hasta las 12 y media y después me voy de nuevo al taller a trabajar hasta las diez de la noche. Trabajo y duermo en el taller. Me gusta el colegio porque me divierto como un niño", cuenta en el aula de Mamá Marguerite, el hogar de los hermanos salesianos que también apoya Manos Unida. 

Aulas de la escuela acelerada del hogar Mama Margaritte en Cotonú

Aulas de la escuela acelerada del hogar Mama Margaritte en Cotonú / NICOLÁS CASTELLANO

En este centro de formación y hogar donde pasan la noche hasta 100 niños que siguen trabajando y muchas veces viviendo en el mercado. A los que consiguen escolarizar consiguen ofrecerle la educación primaria en solo 3 años, en lo que llaman "escuela acelerada", que es a la que acude Gabén.

Sassou Angela, de 14 años, huérfana, vende harina de maíz y de mandioka, pero "quiere estudiar para ser médico y poner inyecciones a la gente", bromea en la clase de al lado.

Marta Goyeneche, la responsable de proyectos de Manos Unidas en Benín, explica el trabajo que realizan cada mañana los educadores que se recorren el mercado para localizar a los niños, ganarse su confianza e intentar rescatarlos. Uno de esos educadores es Cristophe, que lleva 10 años recorriendo las calles en general infectas de este mercado de donde ha sacado a miles de niños de entre 6 y 17 años.

Luc, un estudiante prometedor tras 7 años viviendo en la calle

"Más de 7 años, es muy difícil, a veces cuando vas a buscar dinero los más mayores te lo quitan, cuando te acuestas te roban todo lo que tienes, te pegan, nos puedes ganar dinero, no es fácil el mercado. Lo más difícil era dormir en la calle cuando llovía, nos dormíamos, era imposible dormir profundamente , o te robaban o te pasaba cosas negativas. Esos 7 años nunca pude dormir profundamente tenías que estar alerta por si te venían a robar o a hacer algo malo cada noche", recuerda Luc que ahora vive en el hogar de los salesianos.

Después de pasar por ese hogar y formarse en la Casa de la Esperanza de las hermanas salesianas, una especie de gran escuela taller de diversos oficios, Ulrich Houessou, de 17 años, es hoy un panadero con mucho futuro. Estuvo 2 años viviendo en la calle. Su historia es de las que demuestra que para esos niños de la calle también hay esperanza. Hoy financia los estudios de su hermano pequeño. Esa Casa de la Esperanza tiene una media del 70 por ciento en obtención de empleo inmediato para los que pasan por sus talleres.

Ulrich estuvo dos años viviendo en la calle. Gracias a la ayuda de los salesianos, aprendió el oficio de panadero y hoy financia los estudios de sus hermanos pequeños

Ulrich estuvo dos años viviendo en la calle. Gracias a la ayuda de los salesianos, aprendió el oficio de panadero y hoy financia los estudios de sus hermanos pequeños / NICOLÁS CASTELLANO

La casa del Sol, el hogar de Vanessa y de Aisha

"Me llamo Vanessa y soy de Cotonú, tengo 16 años y soy madre de una niña que se llama Aisha y que tiene 11 meses. Dejé el colegio en primaria. Después vine a casa de una tía, en su barrio conocí a un señor que me dejó embarazada. He sido víctima de violencia, y una vez que me quedé embarazada mi tía me echó y me dijo que me fuera a casa de mis padres pero acabé en la calle", cuenta en la Casa del Sol esta niña y madre que vive junto a otra docena de adolescentes como ella que también han padecido embarazos precoces indeseados.

"La casa del Sol, único centro de estas características en Benín, tiene capacidad para 12 madres y sus hijos, acogemos a las niñas víctimas de todo tipo de violencia y buscamos su reinserción y formación profesional", detalla su director , Coulibaly. Sor Tiziana, que lleva más de 20 años en Benín y que ya está de salida porque vuelve a su Italia natal para ponerse ahora a ayudar a los refugiados que llegan a sus costas, insiste en la idea de que “no es verdad que sea tradición el matrimonio infantil o el que trabajen de pequeñas para ayudar, es esclavitud lo que hacen con estas niñas ". Esta es una de las caras de Benín, un auténtico mercado de niños, donde estos hogares y estas escuelas se convierten casi en su única esperanza.

Vanessa, de 16 años, madre de Aicha, de solo 11 meses, fruto de una violación. Vive en la Casa del Sol y aprende cocina en un taller en la Casa de la Esperanza

Vanessa, de 16 años, madre de Aicha, de solo 11 meses, fruto de una violación. Vive en la Casa del Sol y aprende cocina en un taller en la Casa de la Esperanza / NICOLÁS CASTELLANO

*La realización de este reportaje ha sido posible gracias a la financiación de Manos Unidas

 
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