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Vivir en la calle: café, bombones y una buena conversación

Acabar viviendo en la calle es la consecuencia de un proceso que termina con tu proyecto de vida. Nos hemos ido con la oenegé Solidarios a hacer una de las rutas que cada noche realizan por el centro de Madrid. Un grupo de voluntarios que se encarga de conversar, café o caldo en mano, con aquellos que han perdido su red de apoyo, sus recursos económicos o su estabilidad emocional

Sara, Toni y Pepe. Tres de los voluntarios de la onegé Solidarios / A. Lopesino

Sara, Toni y Pepe. Tres de los voluntarios de la onegé Solidarios

Madrid

La oenegé Solidarios lleva desde mediados de los 90 desarrollando su programa de ayuda a personas sin hogar. "La gente no nace en la calle, tuvo una vida anterior, familia, ilusiones. Y esto un día se fue, pero si se dan las condiciones y la oportunidad se puede recuperar. El reto de la red es generar las condiciones, aunque lo primordial es evitar que lleguen a la calle". Jesús es el coordinador de Solidarios. Lleva 13 años dedicado a esta labor "esto no es atender una emergencia. No han llegado a la calle ayer. Hay que llevar a cabo la atención pensando en que la gente se reintegre de nuevo en la sociedad y ese trabajo hay que realizarlo en red, es decir que todas las entidades vinculadas a esto trabajemos de manera coordinada".

Las personas sin hogar sufren agresiones y padecen enfermedades que no son atendidas o no se tratan de forma adecuada. La esperanza de vida suele ser 20 años menor que la del resto. "El trabajo compensa. Ellos son responsables de su vida y aunque fallen en su intento de recuperarse, deben seguir intentándolo. Lo peor es cuando te enteras de que ya no están y es que la calle también mata", nos dice Jesús.

VIVIR EN LA CALLE: UN CAFÉ, BOMBONES Y UNA BUENA CONVERSACIÓN

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Solidarios no reparte comida. Es lo primero que nos dicen cuando llegamos a su sede, situada en los antiguos vestuarios del campo de Rugby de Ciudad Universitaria, en Madrid. "Hablamos con ellos con la excusa de tomar un café. Tampoco les pedimos que nos expliquen cada día lo mal que lo están pasando. Simplemente hablamos con ellos. Cualquier conversación, fútbol, una carta que han recibido, un problema que hayan tenido, incluso conversaciones sobre cosas surrealistas", nos cuenta Marta. Ella es una de las voluntarias, aunque desde hace un año ya trabaja dentro de la organización. "Forman parte del mobiliario público. Si tienes un problema de salud mental, te puedes pensar perfectamente que eres invisible. Por eso, lo que hacemos es conversar con ellos, porque a veces no han hablado con nadie en todo el día hasta que nos ven a nosotros por la noche".

Los recursos sociales son insuficientes porque no están enfocados a la reintegración social, aseguran en Solidarios. Según los datos que manejan, faltarían en Madrid 700 plazas de albergue, además de las que ya existen. La cifra que proporciona el Ayuntamiento de Madrid revela que hay más de 600 personas durmiendo en la calle cada día (sólo en la capital).

Da igual que haga frío o calor. No importa que llueva o no. Los voluntarios salen cada noche durante tres horas, más o menos, de ruta. Acompañamos a Toni. Es el más veterano de Solidarios. A punto de jubilarse, confiesa que si una semana falla porque está de viaje o no ha podido ir algo le falta. "La diferencia entre ellos y nosotros es que se te acabe el proyecto de vida. Son personas normales, lo único que les falta es algo por lo que vivir. Levantarse por la mañana y que no les dé todo igual".

La noche que acompañamos a Toni conocimos a Mafuta, congoleño de 55 años. En 2006 su vida dio giro de 360 grados. Trabajaba de operario en una obra. Tuvo un accidente del que nadie se hizo responsable. Ahora hace rehabilitación, y cada día camina unos cuantos km para comer en uno de los comedores sociales de la capital. Sin sal. Porque Mafuta es hipertenso. La última parada la hicimos en la 'casa' de Charles. Un final maravilloso, porque nos permitió conocer a un nigeriano que lleva en España 27 años. Alegre y experto en vender a través de 'Wallapop'. Y esa noche conocimos a Sara. Otra voluntaria. Nos cantó bonito, muy bonito. No podíamos terminar la grabación de mejor forma. Tres horas que se pasaron en un abrir y cerrar de ojos y en la que la única excusa fue un café caliente para charlar de igual a igual.

 
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