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Para qué quieres series con políticos si está 'The Good Fight'

El spin-off de 'The Good Wife' se afianza en su segunda temporada como un 'flexidrama' activista

Para qué quieres series con políticos si está 'The Good Fight'

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Madrid

¿Qué es una serie política? ¿Necesita de personajes políticos? ¿O la etiqueta política trasciende las instituciones? ¿Acaso no está todo relato audiovisual trufado de política? ¿Acaso nuestras acciones diarias no tienen un sentido politico? ¿Dónde está la política? ‘The Good Fight’ (Movistar Series) ha respondido todas estas cuestiones desde un despacho de abogados y un juzgado para erigirse en la gran serie para entender el Trumpismo, pero también el poder empresarial, tecnológico y social. “Si hablamos de género, es una serie de abogados, no es una serie institucional como El Ala Oeste de la Casa Blanca, pero vive pegada a la actualidad. Es política”, argumenta Anna Tous, doctora en Periodismo y Comunicación de la UAB.

A pesar de que, al escribir los guiones, el matrimonio King, Robert y Michelle, contaban con la victoria de Hillary Clinton, el giro electoral ha jugado a su favor. Y su pluma se ha vuelto más corrosiva y cínica sin perder la esencia de ‘The Good Wife’. “Hereda la rabia y la frustración de Alicia Florrick como motor narrativo. Es un procedimental –series que resuelven casos en cada capítulo- a medias que sabe utilizar ser una serie de abogados, pero que deviene también en algo cómico, con ese punto de esperanza. Sin caer en la utopía, nos dice que intentemos sobrevivir”, apunta la también coordinadora del libro ‘La política en las series de televisión’. Para Luis Ogando, doctor en Comunicación e Industrias Creativas, lo importante es la capacidad de la serie para abordar asuntos actuales desde todos los puntos de vista y generar una conversación. “House of cards’ tenía una visión del poder destructiva. No entraba a tratar temas, aquí sí. El casi procedimental juega a su favor al tratar una serie de temas en cada capítulo, exponerlos, crear debate y seguir avanzando en esa visión global de la América de Trump”.

Frente a las últimas series políticas, centradas en las cloacas del poder y en visiones maniqueas del oficio, ‘The Good Fight’ se siente libre para elaborar un tratado del poder más amplio. A los frenéticos diálogos de pasillos y juzgados, equiparables a los de ficciones ambientadas en el Congreso o la Casa Blanca, le suma el espíritu divulgativo del Ala Oeste de la Casa Blanca –sin el idealismo de Sorkin-. Ese trajín endiablado, la flexibilidad para acercarse a la actualidad y la capacidad de contrargumentar de las series de abogados encajan a la perfección con unos protagonistas expuestos a la contradicción. “Es muy interesante ver cómo retrata esas pequeñas incoherencias y pone a los personajes en la picota moral sobre qué piensan, cuando todos deberían pensar similar, son progresistas, un bufete afroamericano y con mayoría de mujeres. Esos casos permiten bucear en la variedad de puntos de vista”, afirma Ogando.

En esta segunda entrega, la serie ha recorrido la perplejidad en la era post Trump. De la lluvia dorada, la trama rusa y un posible impeachment a la visa Einstein de Melania y el caso de Stormy Daniels. Sin medias tintas, con apelaciones directas, ha disparado contra todos los escándalos sin dejar a un lado la hipocresía de los demócratas –¡ay los impuestos!- y su reacción. “Parte de una base pesimista sobre tiempos oscuros en EEUU y en todo Occidente. Se nota en el tono, los debates y los temas. Critica la estrategia demócrata, les pide ser más valientes y enfangarse si quieren vencer a Trump. Pero casi todo lo que cuenta es extensible a las democracias occidentales”, opina Ogando.

La ficción se enriquece al transitar por todo ese poder fuera de las instituciones. La política de la calle. La cultura de las armas, los sistemas de evaluación educativos, el auge de los supremacistas blancos o la influencia de Facebook en las elecciones –con una masterclass sobre microtargeting-. Ha utilizado dos capítulos para enfocar el movimiento #MeToo en base a casos reales. Una violación en un reality show con un discurso contundente sobre el consentimiento para marcar posición. Y un caso similar al del actor Aziz Ansari, cuando fue acusado de acoso en una web tras varias citas patosas, para generar un debate sobre los límites y el riesgo de desvirtuar el movimiento. Un dibujo completo de la actualidad sustentado, además, en el protagonismo de las mujeres y los afroamericanos. También sujetos a la crítica. “Es una serie que da un protagonismo inusual a minorías étnicas y de mujeres y que es crítico con casos, por ejemplo, que pueden ser polarizaciones del #MeToo. Tiene un punto crítico incluso con las minorías que protagonizan la serie, tiene un sentido común revolucionario”, zanja Anna Tous. A los políticos (de series) les cuesta actuar con sentido común y temen la revolución, quedémonos, mientras tanto, con los abogados.

José M. Romero

José M. Romero

Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...

 
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