El mundo hubiera sido un lugar mucho más inhóspito si Aretha Franklin no lo hubiese habitado, si no hubiese cantando para hacerlo más amable, más llevadero. La cantante de Memphis, fallecida de cáncer a los 76 años, ha dejado una huella eterna con sus canciones, con su forma de cantar, de curar las heridas del alma para las que no hay, por desgracia, medicinas más eficaces que la música. La voz de Aretha nos enseñó a luchar, a respetar, a protestar también, pero sobre todo a amar. Aretha Franklin estaba predestinada a ser cantante, no tuvo otras opciones. Desde el día que Aretha aprendió a hablar se vio que sería una estrella. Su padre, el afamado reverendo Franklin, comprendió que aquella niña risueña tenía un don y que debía compartirlo con el mundo. Pronto el padre comenzó a llevarse a la pequeña a sus giras por el sur de los Estados Unidos, de iglesia en iglesia. Todas abarrotadas para ver al padre y escuchar a la hija. En esos templos, Aretha se formó y se hizo un nombre en la música, pero su camino, sin embargo, no resultaría sencillo. Que Aretha sería una estrella era algo que nadie se atrevía a discutir. Cuál era el terreno adecuado para aquella voz poderosa y sugerente era una cuestión más complicada. Sus precoces inicios estuvieron marcados por las decisiones erróneas de Columbia Records, un sello que no supo entender su música y que se empeñó en encaminarla hacia el jazz y el r&b, donde consiguió sus primeros éxitos. Todo cambió en 1967, cuando Franklin fichó por Atlantic y el sello mandó a la cantante a Alabama para que grabase en Muscle Shoals de la mano de Rick Hall y un puñado de músicos blancos. El resultado fue I never love a man the way I love you, uno de los discos imprescindibles de la historia del soul y de la música americana. Aretha tenía 25 años, una docena de discos a sus espaldas, un par de hijos y el mundo en sus manos. Desde finales de los sesenta hasta mediados de la siguiente década, la hija del reverendo encadenó éxito tras éxito al calor del soul, abrazando la lucha por la conquista de los derechos civiles de los afroamericanos y acercándose al pop a través de versiones de Dylan, los Beatles o los Stones. Toda canción con potencial pasaba por sus manos. Y Aretha fue encadenando éxito tras éxito, vendiendo millones de discos, hasta 75 a lo largo de su carrera, y coleccionando Grammys. En esos años, Aretha cimentó su leyenda con discos como Lady Soul, Aretha now o su espléndido regresó al góspel con Amazing Grace. Cuando llegaron los años 80, Aretha se recicló al pop y aunque bajó la magia de sus discos siguió manteniéndose a flote con ese estatus de diva que ni la muerte ha conseguido quitarle. En uno de sus peores momentos llegó su reconcomiendo más importante, en 1987 Franklin se convirtió en la primera mujer en ingresar en el Rock and Roll Hall of Fame derribando una puerta hasta entonces cerrada. Modas al margen, Aretha siguió grabando durante toda su carrera probando distintos estilos, colaboraciones y formatos. De vuelta de todo, Franklin se dejó querer y grabó con estrellas jóvenes como Elton John, George Michael o Whitney Houston antes de crear su propio sello discográfico y juguetear con el r&b contemporáneo sin grandes resultados. En febrero de 2017, Franklin anunciaba la retirada de los escenarios tras más de sesenta años de carrera y medio centenar de álbumes de todos los estilos, pero en los que brillan los trabajos que la elevaron a leyenda, los discos de los sesenta que le valieron el título de Reina del Soul. En aquellos álbumes, Aretha sentó las bases de cómo debía sonar una cantante moderna, el estilo, el calor., la pasión. Sentó cátedra y puso las normas. Tuvo millares de imitadoras y no hay año que en algún talent show estadounidense alguna chica cante una canción suya. A Franklin le gustaba ver estos concursos y se emocionaba cuando alguien se ponía en su piel. Aunque siempre, competitiva como era, bromeaba con que no habría otra como ella. No iba desencaminada. En 2010, la revista Time preguntó a la cantante si en su tiempo fue consciente de todas las barreras que estaba rompiendo, de todo lo que estaba consiguiendo. “No”, respondió Franklin. “Solo hacía lo que sabía hacer. Solo cantaba, apuntilló sin saber que lo que para ella era cantar para otros era respirar, vivir, sonreír, amar.