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La señorita Elsa. El derecho a cosificarse a una misma

La pieza de Arthur Schnitzler, pionera del monólogo interior, revela que las discriminaciones de género lo son también de clase

'Danae', firmada en 1909. / EGON SCHIELE

'Danae', firmada en 1909.

Madrid

Una joven de 19 años está de vacaciones, en Módena, a principios del siglo XX. Pasa el verano en una gran casa de invitados, rodeada por la burguesía europea. Ella misma se siente una privilegiada hasta que llega una carta. Su familia necesita dinero. Así arranca La señorita Elsa, el clásico firmado por Arthur Schnitzler en 1924.

La señorita Elsa. Discriminación de género y clase

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Es una obra pionera en la técnica del monólogo interior. Estamos tan dentro de Elsa que las voces de los demás, tan lejanas, aparecen siempre en cursiva. Freud llegó a escribir a Schnitzler una carta, cuando este cumplió 60 años, que decía: "Usted sabe todo lo que yo he descubierto en otras gentes solo tras fatigoso trabajo. Es usted un investigador de lo profundo, más imparcial e intrépido que nadie". En este trabajo, acompañamos a narradora y protagonista absoluta en un conflicto atroz. Para lograr el dinero que le pide su familia, tendrá que desnudarse ante un desconocido.

Un conflicto, la prostitución, que reúne las discriminaciones de género y de clase. Elsa no es una nueva rica, sino una nueva pobre. También advierte de que todo aquello para lo que la han formado no le habría permitido ahorrar dinero. Curiosamente, ella conoce historia del arte. Y el hombre que pretende verla desnuda, y que pone un precio a su cuerpo, es marchante de arte. Hay un discurso sobre las formas aceptadas, sigilosas, de prostitución: Elsa se plantea, incluso, casarse con ese hombre que quiere verla desnuda, y a quien tanto detesta, si con ello logra poner fin, de una vez, a los problemas económicos de su familia.

Elsa está en un conflicto de género y clase. Si salva su clase social, aceptando el desnudo, habrá un reproche de género. Si salva las convenciones de su género, y no se desnuda, llegará igualmente la discriminación, porque será pobre.

Finalmente, Elsa decide que se desnudará. Pero no delante de él, sino de todo el mundo. Ella decide el cuándo, el dónde y con quién. De esto habló solo hace un año Slavoj Žižek, durante una conferencia en el Círculo de Bellas Artes. Reclamó el derecho de las mujeres a cosificarse a sí mismas. Este debate existió también durante el destape de la Transición española: si el desnudo liberaba o no a las mujeres.

Cuando Elsa se desnuda en público, escapa de la diatriba en la que le han puesto: o se traiciona a sí misma o traiciona a su padre. O fulana, como cuenta ella, o pobre. Logra, o cree lograr al menos, el dinero. Sin embargo, Elsa es una nueva pobre, aún sujeta a las convenciones de la que fue su clase social y su tiempo. Por ello, la tragedia. El desnudarse ante el público, liberador como pudiera resultarle, solo puede acabar con ella.

 
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