Dentro de algún tiempo volverá a hacerse evidente el desprecio de aquellos que van por la calle envueltos en la bandera nacional hacia el prestigio de España y de sus instituciones.
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El infierno está empedrado de buenas intenciones. La frustrada renovación del Consejo General del Poder Judicial basta para demostrarlo. Fomentar la confianza de la ciudadanía en la Justicia nunca había sido tan necesario como ahora, ningún final a cambio tan bochornoso como el desencadenado por ese Whatsapp en el que algún dirigente del PP muestra su satisfacción por haber llegado a un acuerdo que iba a permitir a su partido mantener el control sobre ciertas salas del Supremo. La autoría del mensaje no es tan relevante como su difusión. Porque si sólo llegó a los móviles de 146 senadores populares, ¿quién lo ha filtrado? ¿Por qué? Y, sobre todo, ¿para qué lo ha hecho? La unidad que el partido de Pablo Casado exhibe después del desastre, indica que a sus dirigentes no les debe haber parecido tan grave. La pasividad de Ciudadanos, que suele pedir dimisiones a la misma velocidad a la que desenfundaban los pistoleros del Salvaje Oeste salvo en este caso concreto, confirmaría que la oposición valora cualquier ocasión de desgastar al gobierno por encima del interés general. Dentro de algún tiempo, cuando los líderes independentistas presos vayan a Estrasburgo, con el whatsapp de los senadores populares por delante, para denunciar la parcialidad de los tribunales que los han juzgado, que la denunciarán, y ganen el recurso, que lo ganarán, volverá a hacerse evidente el desprecio de aquellos que van por la calle envueltos en la bandera nacional hacia el prestigio de España y de sus instituciones.