De Buenas a Primeras
Sociedad
Un mal día lo tiene cualquiera

Patty Hearst, de secuestrada a secuestradora

El 4 de febrero de 1974 el Ejército Simbiótico de Liberación Nacional secuestró a Patty Hearst

Patty Hearst / Getty Images

Madrid

Ser rico me imagino que tendrá sus ventajas, pero también comporta una serie de problemas que quedan lejos del común de los mortales; entre ellos, la posibilidad de que te secuestren.

Y eso es lo que le pasó a Patricia Hearst el 4 de febrero de 1974. La joven Patty, que estaba a punto de cumplir los 20 años, era la nieta de William Randolph Hearst, el hombre que había creado el mayor imperio periodístico de los Estados Unidos. De hecho, fue la figura de Hearst la que inspiró a Orson Welles para el personaje principal de El ciudadano Kane.

Los secuestradores de Patty eran una mezcla de grupo terrorista y secta enloquecida. Se hacían llamar el Ejército Simbiótico de Liberación Nacional, y querían acabar, según su propio manifiesto con injusticias como el racismo, el sexismo, el fascismo o el capitalismo. Eligieron el nombre “simbiótico” porque lo que querían ellos era que cuerpos de naturaleza distinta viviesen en perfecta armonía.

El problema, como acostumbra a pasar, es que para llegar a estos ideales tan elevados, había que aplicar una buena dosis de violencia. Y ahí es donde entra el secuestro de Patty, a quien capturaron con la idea de exigir a su familia que repartiese algunos de sus millones.

Pero lo que convirtió a Patty en un icono de su época es que, después de unos meses con sus captores, se unió al grupo. Se cambió el nombre a Tania, como homenaje a la pareja del Che Guevara y salió en fotos armada y con el logo de los Simbióticos detrás.

Cuando finalmente fue liberada o capturada por el FBI, pesaba sólo 40 kilos y fue descrita por el agente como “un zombie no muy listo”.

Patty acabó siendo puesta en libertad, pese a haber participado en crímenes que podrían haberla hecho pasar el resto de su vida en la cárcel. Su caso y su liberación fueron objeto de polémica durante décadas en los Estados Unidos. Quedó claro que los ricos también lloran… pero pasan menos tiempo entre rejas.

 
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