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Un mal día lo tiene cualquiera

Sufrir un infarto y que no te reanimen por miedo a las consecuencias

Algo así le pasó a Stalin que hace 66 años, en plena noche sufrió un infarto pero nadie quiso despertarlo por miedo a su reacción

Sufrir un infarto y que no se atrevan a reanimarte por miedo

Sufrir un infarto y que no se atrevan a reanimarte por miedo

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Encontrarte mal y no tener un médico a mano es una de las experiencias más desesperantes que hay. Esta sensación se agrava si lo que tenemos es algo serio, y no el típico brote de hipocondría de un martes por la mañana.

En 1953, Josif Stalin llevaba casi 30 años al frente de la Unión Soviética, uno de los países más poderosos de la historia de la humanidad. Amigos, no había hecho muchos, pero era un auténtico maestro en generar una mezcla de terror, admiración y respeto paranoico. Pese a que tenía 74 años, aún era capaz de empezar campañas absolutamente arbitrarias de exterminio contra un grupo o colectivo al que por alguna u otra razón le cogía manía.

En enero de 1953, le había tocado la ruleta de la muerte a los médicos. Stalin estaba convencido de que había una red de doctores que estaban conspirando para matar a los dirigentes del Partido Comunista. Muchos de ellos fueron arrestados y todo parecía indicar que iban a seguir los pasos de los muertos y deportados en las grandes purgas de los años 30.

Pero el 5 de marzo de 1953 el que tuvo un mal día no fue un médico: fue el propio Stalin. De hecho, para ser exactos, tuvo unos cuantos días malos. Los que serían sus últimos. Parece ser que mientras dormía sufrió un infarto, pero nadie se atrevió a molestarlo hasta las 10 de la noche del día siguiente, y entonces, encontrándolo inconsciente, llamaron antes a miembros del partido que a un médico. Sus lugartenientes, asustados también de las posibles repercusiones, demoraron la llegada de un doctor hasta que ya fue demasiado tarde. Stalin no volvió a cobrar consciencia y murió tal día como hoy, hace 66 años.

En cierta forma, se podría decir que la última víctima de la paranoia de Stalin fue Stalin mismo.

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