'Dolor y gloria', las cicatrices de Almodóvar
El director manchego estrena 'Dolor y gloria', un drama de autoficción protagonizado por Antonio Banderas, Penélope Cruz, Asier Etxeandía y Julieta Serrano
'Dolor y gloria', las cicatrices de Pedro Almodóvar
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Madrid
El teléfono es uno de los elementos decorativos que mejor ha contribuido a las narraciones de Pedro Almodóvar. Carmen Maura hablando por teléfono con su ex amante en medio de una función teatral en La ley del deseo, o la propia Maura tirándolo por la terraza de aquel icónico apartamento de Mujeres al borde de un ataque de nervios, por citar solo unos ejemplos. En Dolor y gloria no aparecen teléfonos rojos con números que giran. El que usa Julián López, convertido en director de la Filmoteca, es un iPhone, con el que Salvador Mallo, protagonista de esta historia, vuelve a ser el director provocador que fue en los ochenta, época en la que vivió su gloria creativa.
Esa escena, una de las más cómicas de este drama seco, pero profundamente almodovariano, es la metáfora del momento que vive el propio Pedro Almodóvar. Ha vuelto a su irreverencia, a su elevación artística y a conectar de nuevo con la realidad, después de trabajos anteriores que le habían llevado a transitar por otros caminos. La comedia alocada en Los amantes pasajeros, y el drama de tono anglosajón -con alma protestante-, en Julieta. Parece como si hubiera estado en los extremos, ensayando, y ahora, después ese viaje, todo converge en una obra que puede leerse como un resumen de su excelsa carrera.
Lo cierto es que no hay nada nuevo en Dolor y Gloria. Todo es intertextualidad y dialogismo. Citas de su cine, del teatro, de la literatura, del arte. Ese ha sido y es el sello de Almodóvar, lo que le ha convertido en uno de los autores más singulares del cine contemporáneo. Decía Bajtin que todo texto remite a otro texto y, podemos añadir, que cualquier película de Almodóvar remite a otro filme suyo. Pero en Dolor y Gloria están todas. Las metarreferencias de esta autoficción van más allá de La Ley del deseo y La mala educación -las únicas protagonizadas por hombres- y de la que se ha dicho que forman una especie de trilogía no buscada. En Dolor y gloria también está presente la madre de La flor de mi secreto, las vecinas de Volver o el dolor de Los abrazos rotos.
El deseo, la madre, la sexualidad, la movida, las drogas, el arte, la ficción como válvula de escape y felicidad, pero también como tormento. Todo esto ya lo había tratado, pero en Dolor y gloria adquiere un nuevo estadio que alcanza gracias a un nuevo sentimiento que no habíamos visto antes: el paso del tiempo. Almodóvar habla de la soledad, el de la muerte que acecha, del miedo a no volver a hacer otra gran película. Es un ejercicio de sinceridad, más que de autobiografía. Un director que se pone ante el espejo y que maneja con soltura los flashback a su infancia y a la época donde su madre -una magnífica Julieta Serrano- vivía.
El cine de Almodóvar es un cine de la palabra. Donde los diálogos resuenan una vez concluidos los títulos de crédito. Es un cine explicativo y verborreico, tanto como él mismo. Aquí hay silencios y hay explicaciones, y como siempre, ese juego de distintas voces narrativas. El teatro, aquí presente con ese monólogo que recita Asier Etxeandia, titulado La adicción, o la voz en off de Banderas explicando los grafismos de Juan Gatti que contienen toda la lista de enfermedades que sufre el personaje.
Estéticamente firma una película brillante, perfectamente acompañada de la fotografía de José Luis Alcaine -que recreó la casa real de Almodóvar- y la música de Alberto Iglesias. Hay una luz idealizada para esos recuerdos de la infancia, del primer deseo, la idealización de la madre. Es el contraste con la belleza colorista y depuración de estilismo del momento actual, con ese hombre dejándose llevar por el dolor físico y psicológico.
Dolor y gloria es una película rabiosamente actual. Recordemos que estamos ante un director que hizo que las monjas de su convento de Entretinieblas se pincharan heroína, el que escandalizó a Hollywood con el sexo de Átame, el que dio status de chica Almodóvar a todos los tipos de mujeres: Rossy de Palma y su personaje de lesbiana en Kika, la Maura, Victoria Abril, Penélope Cruz -que vuelve a brillar como madre aquí- Bibiana Fernández. Y también a todos aquellos hombres que quisieron ser mujeres, como dedicaba Almodóvar el final de Todo sobre mi madre. Almodóvar es el director de mujeres, pero sobre todo director queer y su última película puede leerse, en los tiempos de Vox y el neofascismo, como todo un mensaje político. Una defensa de la sexualidad, la homosexualidad y las libertades. Como decía Antonio Banderas, que firma una de sus mejores interpretaciones, qué hay más provocador en estos momentos que hacer de la bisexualidad lo normal.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...