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El inicio de la guerra de los segadores

El siete de junio de 1640 el virrey de Cataluña tuvo un día bastante malo

Un mal día

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Ser virrey puede parecer como un chollo, comparado con la bolsa de trabajo disponible para la mayoría de la población en el siglo XVII. Y ciertamente, vivir en un palacio era bastante mejor que tener que estar todo el día removiendo estiércol para luego ir a dormir en una cama no mucho más cómoda que el estiércol. Pero también tenía un pequeño problema: eras el encargado de transmitir las órdenes del rey a unos súbditos que a menudo no las recibían con petardos y confeti. En gran parte porque no tenían acceso a ninguna de estas dos cosas, pero sobre todo porque esas instrucciones del monarca acostumbraban a ser exigiendo dinero o sacrificios.

En esa posición se encontraba cuando empezó el mes de junio de 1640 el virrey de Cataluña, Dalmau de Queralt, el conde de Santa Coloma. Por una parte, tenía al rey Felipe IV exigiendo que los catalanes colaboraran en el esfuerzo bélico contra Francia y por otra a los catalanes que se quejaban de que esa guerra perjudicaba su comercio y además les obligaba a alojar soldados en sus casas. Un alojamiento que aparte de costoso, a menudo acababa en robos y violaciones. Cuando el virrey intentó mediar entre la población y el rey, Felipe IV le dijo que si no querían soldados, que colaboraran también ellos en la guerra.

Esta solución tampoco fue del agrado de los catalanes, y el virrey optó por la otra opción, exigir dinero y encarcelar a los miembros del gobierno catalán más opuestos a su política.

Tampoco acabó resultando la mejor de las ideas. El siete de junio de 1640, que era el día de Corpus Christi, muchos segadores bajaron a Barcelona para, teóricamente, participar en la procesión. Pero la procesión fue más bien una manifestación, bajando por las Ramblas gritando, en lo que parece un poco una contradicción “Viva el rey y muera el mal gobierno”. Dalmau, viendo la que se le veía encima, intentó huir bajando desde las Ramblas, donde tenía su palacio, hasta la playa. Consiguió llegar hasta el mar, pero ya extenuado, pagó ahí con su vida su labor de intermediario.

Me gustaría remarcar que desde esta sección en ningún caso estamos sugiriendo que la matanza de cargos intermedios sea una buena forma de solucionar tus agravios laborales.

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