Dorian Gray. El retrato era un simulacro
Nuestro pacto con el diablo, uno de los grandes temas de la obra de Oscar Wilde firmada en 1890, según la crítica tradicional
Madrid
"Dorian pasó indiferente por delante del cuadro y se volvió hacia él. Al mirarlo, se hecho hacia atrás y sus mejillas se encendieron de placer un momento, una expresón de alegría iluminó sus ojos como si se reconociese por primera vez, el sentimiento de su propia belleza lo invadió como una revelación..."
"El arte llega a donde no puede llegar la vida, a donde no llegamos los mortales"
11:00
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Son algunas de las primeras líneas de El retrato de Dorian Gray, la famosa novela firmada por Oscar Wilde en 1890. La trama es sencilla: un joven modelo tras semanas posando para un cuadro acaba encandilado de su propio retrato.
Se enamora tanto de sí mismo que desea permanecer siempre joven, a cambio de que sea el cuadro el que envejezca. La primera lectura parece evidente: el mito de Narciso. Hasta nuestros días, ha llegado la historia de que Narciso, al verse reflejado en un estanque, se enamora de sí mismo, acaba cayendo al agua y se ahoga. Pero el mito es más largo y, al menos en la tradición escrita, es diferente: Narciso, más que enamorado de sí mismo, es consciente de su belleza. Y atención, porque en la cultura griega, se suicida con una espada, al igual que Dorian Gray acabará rasgando con otra espada el cuadro que tanto le gusta.
Wilde contaba con una escultura del joven griego Narciso en su casa, o al menos eso nos ha llegado a través del doctor en Filología Antonio Ballesteros.
En la obra también encontramos otros objetos recurrentes de la literatura: los pactos con el diablo. Dorian Gray llega a decir que vendería su alma a cambio de que sea el cuadro el que envejezca, y no él. El anhelo de la eterna juventud es algo que, tradicionalmente, asociamos a la brujería. Por ejemplo, a la madrastra de Blancanieves, que se mira cada día en el espejo.
La tradición platónica establece la diferencia clara. En Platón, entre el mundo real y el mundo de las ideas y, por otra parte el mundo sensible: el nuestro. A partir de aquí, Platón nos lleva a un tercer concepto. Si nosotros somos copias de un original; las artes son simulacros. Porque son la copia de la copia. Y son algo de lo que nos debemos apartar. Porque nos alejan del mundo de las ideas, no nos acercan a él.
Dorian Gray se ha enamorado de sí mismo al verse en un retrato, es decir, en lo que Platón llamaría un simulacro. Y no solo eso, sino que se enamora de una actriz en el teatro. Otro simulacro, según Platón. Un concepto que me parece muy interesante, sobre todo en nuestros tiempos: el placer escópico. Gray se enamora de una mujer a la que ve sobre las tablas, y también se enamora de sí mismo, al verse en el cuadro. Es decir, se enamora de aquello que queda ensalzado y espectacularizado.
Basil, el pintor del cuadro desprovisto de las relaciones públicas de los demás, es percibido como un hombre aburrido.. El autor del cuadro es invisible. Esto ocurre hoy: el gran público conoce mejor más a los actores de cine que a quienes les dirigen o que a quienes escriben las palabras con las que nos enamoran .Esto, por cierto, aparece en Vértigo, de Hitchcock. 1958.
Aunque en la obra abundan las referencias a Shakespeare. Hamlet representa una obra de teatro delante de su madre y su amanate para hacer evidente que son ellos mismos quienes han asesinado a su padre. Y aquí ocurre lo contrario: la belleza del arte nos lleva al equívoco.
Nuestro mayor miedo, entonces es comprobar que no nos parecemos a ese simulacro que mostramos, al mundo, como obras de arte. Quizá son estas, esas fotografías, en las que siempre estamos arreglados, perfectos... Nuestro pacto con el diablo. Ese es uno de los grandes temas de Dorian Gray, según la crítica tradicional, recordemos. El otro, el narcisismo. ¿Qué existe más narcisista que confundirnos, a nosotros mismos, con nuestro retrato?
Decía Mafalda: en el espejo vemos las cosas al revés de lo que son... Aunque para vernos al revés de como somos, no nos hace falta mirarnos al espejo. Algo así nos ocurre con las redes sociales.
Pedimos a alguien que nos haga una fotografía para Instagram, también sentimos que esa fotografía es nuestra, no de quien la hace. También creemos que somos nosotros quienes estamos ahí, y nos confundimos con una versión filtrada, idealizada, de nosotros.
El arte llega a donde no puede llegar la vida, a donde no llegamos los mortales. Por eso elegimos vivir en retratos, en versiones fingidas de nosotros mismos en las que somos más jóvenes y guapos de lo que somos.