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Un mal día lo tiene cualquiera

El nacimiento del anglicanismo

El 13 de noviembre de 1553, el arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, fue enjuiciado por despreciar la iglesia católica y condenado a muerte

El arzobispo de Canterbury acusado de traición / Getty Images

El arzobispo de Canterbury acusado de traición

Si algo nos ha enseñado la historia es que cualquier tiempo pasado no fue mejor, por mucho que ahora esté tan de moda sentir nostalgia de épocas pasadas -y peores-. Si creéis que exagero, escuchad la historia del protagonista de hoy.

Thomas Cranmer fue uno de los personajes destacados de la Inglaterra del siglo XVI. Tras ordenarse como sacerdote, comenzó a ganar fama cuando fue nombrado arzobispo de Canterbury y ayudó a Enrique VIII a divorciarse de Catalina de Aragón para casarse con Ana Bolena.

Como probablemente sabréis, este divorcio supuso la ruptura de Inglaterra con la Iglesia de Roma y el consecuente nacimiento del anglicanismo. Cranmer se posicionó a favor de la reforma religiosa, a la vez que mostró especial simpatía por Ana Bolena.

María I, hija del rey y de Catalina, no olvidó esta doble afrenta de Cranmer hacia su madre y hacia su religión cuando fue coronada reina, en 1553. María reinstauró el catolicismo e hizo perseguir, torturar y ejecutar a todo aquel que lo cuestionara; por algo la llamaban Bloody Mary, María La Sanguinaria.

El 13 de noviembre de 1553, Cranmer fue enjuiciado por traición y condenado a muerte. Pero entonces comenzó a retractarse de sus palabras y a reconocer la religión católica como la fe verdadera. Así pospuso su ejecución una y otra vez, y lo cierto es que la ley estipulaba que los herejes retractados podían ser indultados.

Pero María quería que la ejecución de Cranmer sirviese como ejemplo, y siguió adelante con ella.

Antes de morir, Cranmer tuvo una última oportunidad de retractarse públicamente, y él la aprovechó… para calificar al papa de “Anticristo” y desdecirse de sus retractaciones. Entonces ya sí que lo mandaron a la hoguera, pero al menos lo hizo satisfecho. Para lo que le quedaba en el convento… ya sabéis.

 
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