Ciudadanos del pánico

Buenos Aires

¿Se acuerdan de la globalización? Si un ser humano comenzara a alfabetizarse ahora y se asomara a las portadas de los diarios de estos días no tendría cómo enterarse de que tal cosa existe: el mundo ha desaparecido. Sólo se publican noticias sobre muertos e infectados propios (y, claro, sobre la China, siempre con cierta admiración incómoda). En Chile, por ejemplo, los ciudadanos tienen que pagar por el test con el que se detecta el contagio. Es un escándalo, pero un escándalo que no sale de ese país. El planeta está repleto de periódicos que, en todos los idiomas, hablan sólo de su barrio: de su urgente, insoportable, incontenible realidad. Porque no hay nada más importante que salvar el pellejo: el propio. Las fronteras están fortalecidas –tu avión no tocará mi país; tu ciudadano no ingresará en mi territorio-, pero la izquierda y la derecha se funden en abrazo promiscuo: presidentes con ideologías opuestas como López Obrador y Bolsonaro toman medidas idénticas, o sea, ninguna. Y, para sumar confusión, presidentes progresistas toman medidas propias de gobiernos autoritarios, sacando el ejército a las calles, restringiendo la circulación de los habitantes que piden más y mejores restricciones y aplauden al padrecito o a la madrecita que, con mano dura y espaldas gladiadoras, salvará a la patria.

Somos ciudadanos del pánico, y un ciudadano del pánico es capaz de cualquier cosa. Lo que antes nos hacía monstruosos ahora nos hace buenos vecinos: quienes no respetan la cuarentena son elementos nocivos que deben ser denunciados, señalados, insultados por las personas probas. ¿Cuánto falta para que los enfermos empiecen a ocultar sus síntomas temerosos de que, como en los tiempos de la lepra, se los encierre, apartados del mundo de los sanos? Damos gracias por los que ya cayeron, por los muertos antiguos que ya están llorados, por los que no tienen que ver esto ni formar parte de la pira funeraria que, día a día, reporta: “Hoy hubo seicientos, hoy hubo setecientos, hoy hubo seicientos otra vez”. Los muertos de hoy no son personas que alguna vez tuvieron una vida. Son la vara tenebrosa con la que la humanidad mide el tamaño de su inhumana esperanza.