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Nuestros ancianos

Quiero recordar a nuestros viejos, a esa generación de los nacidos en la guerra; la posguerra se llevó su juventud, pasó más de la mitad de su vida bajo la dictadura y cuando se les echaron los años encima el crack financiero de 2008 obligó a muchos de ellos a poner su modesta pensión al servicio de sus hijos y sus nietos. Y ahora, en las postrimerías, el coronavirus aparece como un castigo que se ceba en ellos

La voz de Iñaki Gabilondo | 02/04/20 | Nuestros ancianos. / CADENA SER

Madrid

La preocupación por la economía, muy explicable, desde luego, y las decisiones políticas están desplazando del centro de la atención el drama humano que se está viviendo ahora mismo en nuestros hospitales y en multitud de hogares. Miles de muertos en soledad y sin despedida. Les hemos perdido la pista como seres humanos individualizados y los estamos viendo como números en ese fatídico recuento diario que tanto nos aflige. No es posible acercar el foco a cada caso personal, pero sí deberíamos hacerlo al menos al colectivo al que el COVID-19 persigue con especial saña, los ancianos. Muertos uno por uno, pero al mismo tiempo englobados como miembros de una generación a la que el coronavirus está tratando como material excedente. Como si el virus fuera el agente ejecutor del pensamiento ultramaterialista dominante que tira a la basura lo que no aporta valor. 

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Mi apunte de hoy quiere recordar a nuestros viejos, a esa generación de los nacidos en la guerra; la posguerra se llevó su juventud, pasó más de la mitad de su vida bajo la dictadura y cuando se les echaron los años encima el crack financiero de 2008 obligó a muchos de ellos a poner su modesta pensión al servicio de sus hijos y sus nietos. Y ahora, en las postrimerías, el coronavirus aparece como un castigo que se ceba en ellos. 

DRAMA EN LAS RESIDENCIAS
DRAMA EN LAS RESIDENCIAS

<p>Más de 2.800 ancianos fallecidos desde que el virus se empezó a diseminar por toda España a finales de febrero. Además, los contagiados y aislados se cuentan por miles.</p>

Me produce una gran impresión imaginar las despedidas sin despedida de todos los fallecidos por el coronavirus condenados a la soledad con su ferocidad infecciosa, pero muy especialmente la de estos ancianos, muchos de ellos muertos juntos en una residencia, alejados de todos, como un  barco perdido que se hunde en alta mar. 

 
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