Una mala decisión que desencadenó un genocidio
Hay días que son malos porque son los que encendieron la mecha, pero en realidad el polvorín llevaba años llenándose
Madrid
Un buen ejemplo sería lo que sucedió en Ruanda el 6 de abril de 1994. Ese día, el avión en el que viajaban el presidente de Ruanda y el de Burundi fue derribado por dos misiles tierra-aire.
Los dos presidentes eran de etnia hutu. El territorio de sus países había sido explotado colonialmente por Bélgica, que había promocionado a una parte de los nativos, la minoría tutsi, como aliada en su dominio del país. Los hutus, que eran casi el 85% de la población, se vieron explotados durante décadas por los europeos y sus compatriotas.
Los europeos se fueron en la década de 1960, pero el odio quedó ya sembrado para siempre. Los hutus, al ser la mayoría de la población, se hicieron con el poder tanto en Ruanda como en Burundi. Hasta el fatídico 6 de abril de 1994, cuando los misiles derribaron el avión con los presidentes de ambos países dentro.
Los hutus, convencidos de la autoría tutsi del atentado, pasaron a perpetrar una masacre que duró tres meses y se cobró las vidas de entre medio y un millón de tutsis. Es evidente que el detonante del genocidio fue el atentado que tuvo lugar hace 26 años, pero también lo es que los grandes culpables habían vuelto tranquilamente a Europa después de expoliar el territorio durante décadas.