Celebrar y vitorear que todo va a ser mucho peor
En España, la verdad es que los cambios cuestan. Y casi nunca han llegado sin mucho sufrimiento de por medio. Por no hablar de la gran parte de la población que, una vez conseguido el cambio, sigue extrañamente enamorada de sus cadenas
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Algo de esto se vio el 7 de abril de 1823. Ese día entró en España una fuerza armada conocida como los Cien Mil Hijos de San Luís. Para algunos, venían a liberar el país. Para otros, su objetivo era impedir que nada mejorara.
Después de la Guerra de la Independencia, las Cortes de Cádiz habían despertado en muchos españoles la ilusión de la implantación de una monarquía constitucionalista, pero la vuelta de Fernando VII en 1814 pronto dejó claro que la monarquía iba a ser absolutista, como siempre. Seis años más tarde, un general dio un golpe de estado para volver a llevar a la monarquía hacia el constitucionalismo.
Muchos de los absolutistas, en su mayoría formados por el clero, la nobleza y los campesinos, reacios al liberalismo, huyeron hacia Francia, y desde allí presionaron para que los franceses dirigiesen un ejército que reestableciese el absolutismo en España. Y el 7 de abril de 1823 su deseo se hizo realidad. El ejército, formado por exiliados españoles y soldados franceses, entró en la península. Al cabo de pocos meses, restauró, con el beneplácito de Fernando VII, el antiguo régimen.
Lo más triste es que los Cien Mil Hijos de San Luís fueron recibidos en algunos pueblos con gritos de “¡Viva el rey absoluto!” y “¡Viva la Religión y la Inquisición!”. Vamos, que lo de VOX viene de largo.