El Monopoly y la consagración del capitalismo
Para Juanjo Millás es un juego de mesa que perpetúa el capilismo: "¿Cómo es posible que la gente esté dentro de sus casas jugando a aquello que la ha confinado?"
Madrid
Durante las últimas semanas de confinamiento en casa hemos visto y hemos contado todo tipo de actividades en las que que la gente se ha refugiado para no aburrirse. Una de esas actividades han sido los juegos de mesa. Juanjo Millás dice que es más partidario de los clásicos como el parchís y la oca, aunque le llama profundamente la atención el éxito de otro juego que, en cierta medida, también es un clásico: el Monopoly, uno de los más vendidos durante la cuarentena.
El Monopoly que nos confinó todavía más
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"Este juego es un juego capitalista pero, si lo que nos condujo a la situación de 2008, y también a la situación que estamos viviendo ahora, fue el capitalismo desatado, ¿cómo es posible que la gente esté dentro de sus casas jugando a aquello que la ha confinado? Es como si los muertos jugarán en el más allá a aquello que los mató", reflexiona el escritor.
Al contrario de lo que piensa Millás, y casi todos nosotros, el juego se creó como una propuesta para luchar contra las desigualdades económicas y sociales del momento. Jesús Torres Castro, profesor de Física en la Universidad de Córdoba y presidente de la asociación Jugamos Todos, explica que el Monopoly lo patentó en 1930 Charles Darrow, un ingeniero estadounidense que se había quedado en paro tras el crac del 29. Pero, en realidad, no nació con la gran depresión. "Fue robado a su creadora, Elizabeth Magie, que lo ideó en 1903 con el nombre El juego del terrateniente y era en contra de la tenencia de tierras". Cuenta el experto que el prototipo de Magie se hizo popular aunque no tuvo un gran éxito comercial, y décadas después Darrow lo copió. "Entonces pervirtió su origen y se convirtió en un símbolo del capitalismo", concluye.
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La arquitecta Atxu Amann, por su parte, reconoce que no es muy partidaria de los juegos de mesa. Menos aún del Monopoly: "Sospecho hasta de los juegos más estúpidos y con este lo tengo muy fácil". A esta profesora universitaria le parece que está claramente anticuado. "No hace falta ser arquitecta para darte cuenta de que esto necesita una actualización. La segunda calle más barata, la más cutre, es Lavapiés. El juego no está teniendo en cuenta la gentrificación en absoluto".
"Lo más increíble y contemporáneo es que, según las reglas, entras y sales de la cárcel sin ningún problema, pagando un dinerillo. Como la vida misma". Dice Amann que el juego en realidad muestra "la realidad de la forma más cruda". Y pone un ejemplo: "Unas tarjetitas te piden pagar al hospital 10.000 pesetas, otra te dice que has ganado un premio de belleza por 1.000 pesetas... ¿pero cuál este imaginario de la vida?". "Lo único público en el juego es la compañía eléctrica", ironiza para terminar su análisis la arquitecta, a la que casi nos imaginamos devolviendo la caja del Monopoly al trastero de donde lo rescató en cuanto acaba la conversación.