Sonrisas tímidas y crespones negros

Madrid

Cada día a las ocho salgo al balcón. Allí están mis vecinos, Gente que vive al otro lado de la calle, a los que apenas conocía y que, con el paso de los días, se han ido convirtiendo en algunos de mis rostros más familiares. Tanto es así que cuando cualquiera de ellos falta a la cita, mi mujer y yo nos preocupamos y empezamos a elucubrar. ¿Será el virus?, ¿las rosquillas?, ¿una serie de televisión que los tiene amarrados al sofá?

Nos miramos todos mientras aplaudimos e intercambiamos sonrisas y saludos tímidos con un gesto de cabeza. Mostramos nuestro reconocimiento a los que luchan desde su trabajo cada día por ayudarnos a salir de esta, aunque con el tiempo el aplauso se ha convertido también en una forma de auto reconocimiento. Nos miramos sonrientes con la sensación de estar resistiendo juntos un día más.

Les aplaudimos y nos aplaudimos como grupo, como sociedad mientras algunos nos invitan con insistencia a que cambiemos los aplausos por las cacerolas, o al menos por el silencio. Les incomodan estos minutos compartidos entre desconocidos que se reconocen de lado a lado de la calle con una sonrisa. ”Menos aplausos y mas-- otra cosa, lo que sea, da igual”. No vaya a ser que alguien crea que lo que celebramos es la hipotética maravillosa gestión de nadie.

O quizás simplemente piensan que lo mejor para unir a la gente, para animarse a continuar a pesar de todos los problemas, no son las sonrisa, sino mucho luto y crespones negros en medio de grandes golpes de pecho. Cambiar el “Resistiré” por el requiem de Mozart.

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