Existencialista hasta la náusea
"La solidaridad huele a gel como una vez la realidad olía a jabón casero"

'Existencialista hasta la náusea', por Javier Pérez Andújar
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Barcelona
Cada vez que me lavo las manos me acuerdo de mi madre haciendo jabón de sosa en un barreño. Lo ponía al fuego y lo removía con un palo. No me dejaba acercarme para que no me quemara. Toda una política de bloques envolvía aquellas pastillas de jabón, apiladas en el lavadero como los ladrillos de una obra. Nosotros cogíamos las tochanas de las obras y las partíamos a cates igual que en las películas de Bruce Lee. Íbamos siempre con las manos sucias sin haber leído a Sartre. Menuda tragedia esa obra de teatro, “Las manos sucias”. Los parisinos son tremendos. Pasan de los gorriones a las barricadas, han amado el acordeón y han amado la guillotina. Como nací existencialista hasta la náusea, me fío más de unas manos sucias que de las manos limpias. Menudo historial tienen los de ese sindicato.
No es lo mismo lavarse las manos que mojarse. Pilatos, por ejemplo, se lavó las manos para no mojarse. Nadie es prefecto en la vida. Pero hoy, nuestra mejor manera de mojarnos es lavándonos las manos. La solidaridad huele a gel como una vez la realidad olía a jabón casero.
También me he acordado de mi padre y de sus compañeros en la calderería cuando se lavaban las manos a la hora de plegar. En Barcelona se le dice así a salir del trabajo. Si se dibujaran las capas geológicas de la lucha de clases barcelonesa, se vería que sus pliegues son producto de haber plegado tanto. Mi padre y sus compañeros compartían pica y grifo, y juntos se lavaban las manos con detergente en polvo para la ropa. El frotar nunca se iba acabar. Y por eso, estos días me froto las manos no como quien va a sacar tajada con una comisión, sino en memoria de aquella gente que salía del curro con la ropa en una bolsa de deporte, y ese deporte era echar horas.




