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'Un diván en Túnez', psicoanálisis de la Primavera Árabe

La directora francotunecina Manèle Labidi debuta con una comedia luminosa que protagoniza Golshifteh Farahani

Golshifteh Farahani protagoniza 'Un diván en Túnez' / CARAMEL FILMS

Madrid

Hay países más necesitados de psicoanálisis que otros. Túnez empieza a necesitar analizarse en la medida en que se abre al mundo. Sobre ese juego metafórico se asienta la comedia Un diván en Túnez, película que trata de mostrar cómo la sociedad de aquel país se adapta a los rápidos cambios que han ido experimentado desde la Primavera Árabe.

La actriz Golshifteh Farahani, a la que hemos visto en cintas como Patterson, Piratas del Caribe o Tyler Rake, es la protagonista de esta comedia bienintencionada y vitalista que llega a los cines en un momento necesitado de risas comunitarias. Ella es una psicoanalista, que nació en Túnez, pero que a los diez años se fue a París. Allí estudió, vivió y ahora vuelve a su país natal para montar una consulta de terapia en un país donde la verborrea es enorme.

Allí tendrá que tratar con pacientes nuevos y adaptarse a los problemas ocasionados por sus diferencias culturales, reencontrándose con un pasado que creía haber dejado atrás. La directora Manele Labidi firma su primera película, que bebe del cine de Nadine Labaki, de ese retrato cotidiano, con tono positivo de sus primeras películas, como Caramel o Ahora a dónde vamos.

La directora francotunecina ha hecho una comedia local, pero completamente exportable a otros países mediterráneos, como el nuestro, cuyo mensaje que es que toda sociedad, toda familia, necesita psicoanalizarse junta y por separado. 

¿De dónde surge la idea de esta historia? ¿En qué medida es un proyecto personal?

Es una historia personal en un momento muy especial, la película se basa en algo así. Desde siempre supe que mi primera película iba a rodarla en Túnez, era una necesidad para mí, una necesidad volver allí, sobre todo después de la Primavera Árabe. En la revolución de 2011 se impulsó una cosa que antes era inexistente, la palabra, la revolución liberó la palabra. Después de décadas sin poder hablar, sin decir realmente lo que uno pensaba, se empezó a hablar de todo. Fue un momento perfecto porque podía conectar los dos temas con el psicoanálisis, la liberación de la palabra, el psicoanalista que hace hablar al paciente de sus temas y sus problemas cotidianos, y la revolución. Necesitaba ir a Túnez porque yo solo fui testigo lejano, estaba en Francia y no participé, y quería volver. Era un momento histórico para mí. La temática de psicoanálisis cuando haces una película siempre se suele pensar en clave estadounidense, occidental, europea, no se suele ver el psicoanálisis en las películas que reflejan el mundo árabe. Me interesaba esa parte desde el multiculturalismo en el que he crecido.

Habla de la palabra, pero en el psicoanálisis es igual de importante la escucha. Durante la Primavera Árabe escuchamos desde Occidente esa revolución, pero después dejamos de escuchar a esos ciudadanos, ¿es la película también una metáfora de esta relación con el mundo árabe?

Efectivamente, hay dos dimensiones, el habla y el escucha. Y escuchar es sumamente importante. De hecho, por eso cogí con mucho cuidado a esta actriz, porque interpretar la escucha es mucho más difícil de lo que parece, tienes que tener una presencia, una personalidad, que estés ahí pero no digas nada, y tampoco puedes ser muy expresiva. En el momento de la revolución, todo el mundo habló, habló, habló… y algunos nos escucharon. Pero no todos, sí diré que, por ejemplo, al principio el gobierno francés no quiso escuchar. Al contrario, apoyó al dictador, no quería que se fuera. Se nos escuchó al principio pero después, no, las fuerzas públicas y los políticos tampoco. El que escucha tiene un papel de suma importancia y no parece que hoy en día se escuche demasiado.

La protagonista se rodea de personajes secundarios, digamos, muy pintorescos, ¿quería luchar también contra los estereotipos?

Me apetecía romper con el inconsciente colectivo, sobre todo del mundo árabe. Se repite una representación en las películas, no salimos del terrorista, del hombre malo, de la mujer oprimida… Yo quería ofrecer otros tipos de feminidad, otro tipo de mujeres, no siempre están oprimidas en Túnez, hay mujeres libres, no siempre el hombre es el opresor, hay hombres con diferentes sensibilidades, hombres que buscan otras cosas, como se ve en la película. Luego también están esos hombres que se han encontrado con el vacío total tras la desaparición del dictador. Partiendo de arquetipos, lo que quise hacer es cambiarlos inmediatamente, darles la vuelta, para enseñar una verdad mucho más general. En las películas que retratan el mundo árabe parece que siempre tiene que haber la excusa política, el velo, el atentado… Aquí todo eso está en un segundo plano, un telón de fondo lejano, aquí quise mostrar problemas cotidianos de gente muy diferente que se tornan políticos, pero no de forma obvia. Son personajes que siempre han existido y existirán siempre, son los verdaderos habitantes del país.

¿Por qué el acercamiento es desde la comedia? ¿Quería quitarle carga dramática a estas situaciones?

La verdad es que, para mí, es un gusto personal. La comedia es la mejor forma de contar un drama. Quizás digo eso porque de niña o adolescente vi muchas comedias americanas, todo este tipo de cine tragicómico, es algo que me alimentó. La comedia te permite algo que no permite el drama, la distancia, lo ves desde otra perspectiva. También provoca una reflexión y quizás emociona incluso más que si atacas un asunto de forma frontal directamente. Me parece que para reflejar lo que ocurre en Túnez es el mejor género. Cuando alguien te cuenta desde allí el drama más terrible del mundo, en la forma en que lo hace, hay humor, y acabas llorando y riendo a la vez. Puede que se deba al idioma, es muy metafórico, y al meter las imágenes, genera la comedia de forma innata. Cuando pensé en la película, no plantee que fuera una comedia, fue algo que vino de forma espontánea, por sí solo, porque así es la vida en Túnez, es un país tragicómico, lleno de vida y de melancolía siempre.

Desde la mirada de una emigrante, en la película late esa búsqueda de la identidad también entre tradición y modernidad, ¿cómo se articula esa contradicción?

La sociedad tunecina se caracteriza por una cierta esquizofrenia. Estamos entre Europa y África, aparte de esas influencias, desde los 2000, con la popularización de la televisión por satélite, hay una enorme influencia de los países del Golfo. Eso produce esa esquizofrenia, por un lado quiere seguir el modelo occidental, el modelo europeo, pero otro sientes que te debes a tu religión, a tus tradiciones de siempre. Luego está la tensión entre libertad individual y el grupo que te sostiene o mantiene. Ahí entran en juego las mentiras y las máscaras, que siempre dan juego al humor. Vives una, dos o tres vidas diferentes en este tipo de país, no te queda más remedio. Por la mañana te pones una máscara y por la tarde, otra. Y todo eso es un juego en el que la gente aprende a vivir. Yo quise mostrar, desde el punto de visita de la comedia, esa sociedad y cómo la gente se desenvuelve en ella, pero sin juzgar, mostrar cómo ese entorno te apresa y no te deja ser de todo libre.

José M. Romero

José M. Romero

Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...

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