La pena y la nada
'Todo lo que estaba mudo -muerto- revivió y corcoveó bajo ese látigo infame, y me dije que ya estaba bien, que había que moverse y afilar el hacha y encender el fuego'
'La pena y la nada', por Leila Guerriero
03:11
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1600588306_217485/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Madrid
Todo se había quedado mudo. No es que la casa estuviera muda. No es que mi barrio estuviera mudo. No es que la ciudad estuviera muda (aunque en efecto lo está desde hace mucho, como si una fuerza inversa la vaciara desde el cielo). Era algo peor. Los recuerdos estaban mudos. Los libros estaban mudos. Las películas estaban mudas. Estaban mudos los hermosos versos de Peter Handke -'Cuando el niño era niño/ no sabía que era niño/, para él todo estaba animado / y todas las almas eran una'-, y los poemas de Sharon Olds y de Louise Glück, y la voz de mi hermano en el teléfono y también la de mi padre. Habitaba una coraza hecha de vacío. Y estaban mudos -como muertos- el recuerdo de aquella isla de Tailandia y el coral azul y tus pestañas llenas de sal, y el recuerdo de aquella carpa en mitad de la cordillera, y la luz de todas las fogatas que habíamos encendidos juntos. El mundo era un lugar impávido y decoroso. Hasta que un día vi una foto en la que estoy entrando al aeropuerto de Manila, mirando a cámara con una sonrisa excelente. Parezco iluminada hasta los huesos, feliz bajo un cielo tan blanco que parece a punto de empezar a hervir. Y entonces, mirando aquella foto repleta de una vida gigante, tomada en unos años en los que pasaban cosas malas pero en los que nada podía estar demasiado mal, cayó sobre mí una catástrofe, un vendaval de tristeza. Y todo lo que estaba mudo -muerto- revivió y corcoveó bajo ese látigo infame, y me dije que ya estaba bien, que había que moverse y afilar el hacha y encender el fuego, y recitar aquellos versos de Mark Strand:
'Sabes que si te das entero a la nada
habrás sanado. Sabes que hay alegría en sentir
cómo tus pulmones preparan su futuro de ceniza,
y así esperas, miras y esperas: el polvo se establece.
Rondan la sombra las horas milagrosas de la infancia'
Y así fue como la pena, una vez más, me salvó de la nada.