La trinchera infinita es la película que representará a España en la próxima edición de los Óscar. La Academia de Cine apuesta por la cinta de Jon Garaño, Aitor Arregi, y José Mari Goenaga para competir en la larga carrera a Mejor Película Internacional, este año, con fecha final el 25 de abril. La película tiene garantizada su distribución en EEUU, de hecho se estrena este viernes 6 de noviembre en Netflix, plataforma que puede hacer campaña para que llegue a la fase final. En esta larga carrera, marcada por la pandemia, está previsto que a principios de febrero se anuncie la primera criba y el 15 de marzo la Academia de Hollywood dé a conocer los nominados definitivos. El cine español ha tratado la figura de los topos del franquismo en varias películas, entre otras, Los girasoles ciegos o Mambrú se fue a la guerra, pero para el trío vasco formado por Jon Garaño, Aitor Arregi y Jose Mari Goenaga el punto de partida fue el documental 30 años de oscuridad. Tras Loreak y Handia, los directores cambiaron de registro con su apuesta más valiente y ambiciosa. La historia de un hombre, Higinio, un republicano perseguido durante la Guerra Civil que permaneció más de 30 años escondido. El relato lo componen a través de la historia de amor de un matrimonio condenado a vivir en el miedo y la clandestinidad. La trinchera infinita camina del thriller al drama con una primera hora frenética, llena de ideas visuales, el uso del fuera de campo, el juego inmersivo de sonido e iluminación, para ir componiendo a dos personajes que habitan el mismo espacio, la casa y el zulo, pero se van separando conforme pasan los años. Belén Cuesta es Rosa. En su primer papel dramático, registro que le dio el Goya, la actriz malagueña brilla con un personaje que sufre las heridas del pasado en casa e intenta pasar página en un país que poco a poco evolucionaba. Antonio de la Torre es Higinio, un hombre que aprende a vivir encerrado, aislado, que solo puede hablar en susurros. “La trinchera es el odio, el odio es la puta trinchera”, decía el actor. Un matrimonio por cuyos ojos pasa la guerra y la posguerra. Dos personas que simbolizan, en cierto sentido, a los dos Españas, la que pide borrar el pasado y la que reclama memoria para una etapa cerrada en falso. Y así los realizadores construyen con pericia una alegoría sobre el miedo que resuena en la actualidad. Ambientada en un pueblo perdido de Andalucía, la cinta ha sido rodada entre el sur y el norte. Junto a parte del equipo técnico de La Isla mínima y La Peste, construyeron un zulo real, trabajaron los acentos y diseñaron un relato capaz de pasar de una fuerza fílmica apabullante -cámara en mano, espacios opresivos- a una serenidad detallista, sigilosa y más luminosa que condensa el paso del tiempo. Un reto sonoro y visual, una nueva mirada a la historia que cristaliza en un obra magistral y deslumbrante. Un retrato monumental de lo político a través de lo íntimo, una metáfora del paso del tiempo en la España franquista desde el amor y la convivencia de una pareja atenazada por el miedo y perseguida por sus ideas.