¿Y si dejamos de celebrar la Constitución?
Madrid
No podemos reprochar a nuestros políticos que no mantengan impecablemente las tradiciones. Un año más lo han logrado al convertir la pretendida celebración del Día de la Constitución en un acto áspero. Se han repetido las ausencias despreciativas. Y entre los presentes, Gobierno y oposición se tiraron la Constitución a la cabeza para acusarse mutuamente de incumplir sus mandatos o de querer dinamitarla. Un espectáculo desalentador en el que las palabras de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, defendiendo sus valores de “integración, entendimiento y concordia” resonaron como voz que clama en el desierto.
¿Y si dejamos de celebrar la Constitución?
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Tras más de cuatro décadas, sería fácil convenir que cada año es muy largo y que existen 364 días - 365 los bisiestos - para reclamar o promover reformas, manifestar incomodidades, denunciar incumplimientos o llamar la atención sobre grietas por desgaste en los cimientos de nuestra estructura constitucional. Y así poder celebrar un día, apenas unas horas, que esos desahogos en libertad son posibles gracias, precisamente, a la Constitución, por imperfecta que sea. Pero como no somos incautos y como esa posibilidad parece remota, quizás sería razonable prescindir de agrias celebraciones oficiales, como es conveniente suspender el bautizo si la víspera han muerto el padre o la madre de la criatura.