Juanjo Millás se queda ciego por un día
Acudimos a la ONCE para experimentar las situaciones físicas y mentales a las que se tiene que enfrentar una persona cuando pierde la vista
Madrid
“No recuerdo la cara de mi padre. Pero cuando sueño le veo perfectamente” Es algo raro que no sabe explicar. Igual que tampoco entiende por qué, en sueños, siempre camina sin bastón. Alberto Daudén perdió la visión de un ojo con 6 años y la del otro con 20. Ahora tiene 56 y se acaba de jubilar, aunque no deja de hacer cosas: toca la batería en un par de grupos y desarrolla una exposición virtual en la que explican cuadros a los ciegos. Su especialidad es el Braille y no duda en acudir a una de las oficinas de la ONCE para, junto a Fátima Peinado, servirnos de lazarillos a Juanjo y a mí.
Fátima se quedó ciega con cuatro años, fue diputada en la Asamblea de Madrid y ahora dirige el departamento de Coordinación en la ONCE. En sus sueños los rostros son diferentes, de rasgos básicos, porque lo que realmente le muestra la cara de una persona es su voz, la luminosidad, la empatía. Les escuchamos hablar mientras intentamos comer a ciegas siguiendo sus instrucciones: Crea tu pequeña parcela, arrastra las manos por la mesa hasta encontrar el vaso, identifica por la textura los elementos del plato y, si no atinas, mete la mano. “Se trata de que comáis relajados. O simplemente de que comáis”. Las continuas carcajadas de Fátima indica que estamos cometiendo errores de novato, especialmente cuando Juanjo, buscando el queso, mete los dedos en mi plato. O yo me empeño en sacar la lengua para tocar la comida. Creo que tardaría en acostumbrarme a llevarme a la boca algo que no sé qué aspecto tiene.
Juanjo Millás se queda ciego por un día
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Prefiero seguir escuchándoles contar cómo para ellos es un reto estar con videntes que no saben cuáles son sus necesidades y les obliga a pedir ayuda. “A veces pecamos de orgullo, de querer demostrar que somos capaces de hacerlo todo por nosotros mismos y eso genera mucho estrés. No debería pasar nada por aceptar que no tenemos por qué hacer un sobreesfuerzo y que no pasa nada por pedir que nos echen una mano” Alberto asiente “somos ciegos viviendo en un mundo hecho para videntes”. ¿Cómo sería ese mundo si ninguno pudiésemos ver (y no hubiera tuerto como en el libro de Saramago)? Fátima no lo cree posible.
Celia, la psicóloga nos explica que “perder la vista, sobre todo si es repentinamente, es un trauma. Son personas que tienen recursos, pero aún no les ha dado tiempo a descubrirlos. Llegan acobardados pensando que su vida se ha acabado y no podrán volver a hacer nada de lo que hacían. Poco a poco recorren el camino a las posibilidades hasta que llega un momento en el que olvidan que no ven”. Porque ven a su manera. Cuando nos ponen los antifaces descubrimos qué es lo que quiere decir. De pronto desaparecen todas las referencias a las que un sentido tan invasivo nos tiene acostumbrados. No hay colores, ni formas, ni profundidad visual “es como si estuviéramos flotando en el espacio” me dice Juanjo. A cambio se nos agudiza el oído y el resto del cuerpo. Notas en la cara cuando pasas por delante de un pasillo o de una puerta abierta, o en los pies los cambios de textura del suelo, las voces, los ruidos… Pero, como somos novatos, caminamos inseguros y en tensión con el miedo de, al siguiente paso, caer en el abismo. Doblo las rodillas, estiro el brazo, tanteo con la punta del pie. Juanjo, que se ha adaptado mucho mejor que yo, levanta la cabeza como si activara una antena y, en seguida, nota la tensión en los hombros.
<p>Las personas que sufren algún tipo de discapacidad visual o ceguera se encuentran con una sociedad que ha cambiado las reglas y las normas de comportamiento social sin contar con ellos</p>
Al grupo de psicólogos se llega después de haber pasado por una revisión oftalmológica que determina si cumples los requisitos que exigen para poder afiliarte a la ONCE, y que se resumen en tener menos de un 10% de visión. Pagas cuarenta euros y al afiliarte te los devuelven. A partir de ese momento toda la ayuda es gratis. Te enseñan a desenvolverte según tus necesidades y tus capacidades con el objetivo de que seas autónomo. De alguna manera te hacen un traje a medida. Traje que actualmente llevan 72500 personas en España y de las que 7500 son menores de 18 años.
Durante toda la mañana acudimos a un taller intensivo en el que Flor de Lys, la técnica de rehabilitación, nos enseña a usar el bastón, movernos por la cocina y por el baño. Barremos los pies de la gente a bastonazos, nos chocamos con los armarios que dejamos abiertos, no somos capaces de encender la vitro, nos dejamos la luz de la campaña encendida. ¿Cómo puede ser todo tan complicado? ¿Y cómo es posible que tengamos tan poca ayuda de los videntes? No cuesta tanto hacer electrodomésticos universales que pueda utilizar todo el mundo. Ni etiquetar en Braille los productos para saber cómo almacenarlos. Pensar en ir a un supermercado solos a hacer la compra es impensable... “El secreto es la paciencia” Sentencia Alberto, “y el humor”.
Pero no sé qué hacemos explicándole esto a los oyentes. Ellos lo saben bien. Escuchan sin vernos y a veces, incluso con los ojos cerrados.
Paqui Ramos
Casi siempre en la radio. Siempre en la SER. Trabajando con Javier del Pino y yendo a sitios con Juanjo...