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El trágico final de Rasputín

Grigori Rasputín fue alguien muy cercano al círculo del zar Nicolás II por sus capacidades sanadoras. La aristocracia rusa creía que para que el Imperio se salvase había que prescindir de él, así que un grupo conservador decidió asesinarlo

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Rasputín era un místico siberiano que se había ganado una posición privilegiada en el círculo íntimo de los zares. Lo hizo gracias a sus capacidades sanadoras, que le salvaron la vida más de una vez al pequeño Alexei, heredero del trono ruso, que padecía hemofilia. La zarina creía que el futuro de la dinastía Romanov dependía de Rasputín, y él aprovechó la coyuntura para influir en asuntos de Estado. En presencia de los zares, Rasputín se mostraba como un siervo humilde y espiritual. Fuera de la corte, en cambio, se pasaba la vida de farra, bebiendo y seduciendo a damas gracias a su supuesta devoción y su indudable carisma.

En la I Guerra Mundial, el zar se fue al frente y Rasputín se quedó con la zarina en calidad de asesor personal. Hacía y deshacía a su antojo, cosa que hizo que la popularidad de la zarina cayese en picado. Los nobles creían que el imperio solo se podía salvar eliminando a Rasputín; los revolucionarios querían verlos caer a todos. Entonces, un grupo de conservadores decidió asesinar a Rasputín para salvar a Rusia del desastre. Rasputín fue invitado a cenar a casa de Félix Yusupov, donde fue envenenado con vino y pasteles. Al ver que el veneno no funcionaba, Yusupov le disparó y le golpeó salvajemente. Rasputín seguía vivo, y consiguió arrastrarse hasta el patio, donde otro de los conspiradores le disparó de nuevo. Entonces, lo ataron y lo tiraron al río Neva. En la mañana del 30 de diciembre de 1916, su cuerpo congelado fue encontrado. Así, y por una vez, aristócratas y revolucionarios brindaron por el mismo motivo.

 
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